Cristina Fernández pensó en un mensaje por cadena nacional –no en otra de sus alucinantes cartas por Facebook– para intentar replicar la marcha que fiscales y jueces no adscritos al kirchnerismo realizarán el miércoles 18 para recordar, bajo una sombra de silencio, la todavía misteriosa muerte de Alberto Nisman. Un sector de los ultra K, entre los que habrían militado Oscar Parrilli, el jefe de la Secretaria de Inteligencia, y Jorge Capitanich, imaginaron a la vez una contramarcha en otro lugar de la Ciudad para enfrentar el desafío y tratar de reeditar, quizás, sus mejores páginas: cuando el oficialismo hacía ostentación del control callejero –una obsesión de Néstor Kirchner--, que extravió hace mucho tiempo.
La maniobra, de altísimo riesgo político y social, quedó en veremos porque algunas voces sensatas –vaya extravagancia– habrían sosegado la ínfula presidencial. Nadie sabe si los consejos que influyeron fueron los de Máximo, su hijo, los de Carlos Zannini, el secretario Legal o los de Aníbal Fernández, el secretario de la Presidencia. En cualquier caso, se podría estar en presencia de un hecho novedoso en el poder que ocultaría un subtexto que los intelectuales de Carta Abierta no tuvieron en cuenta en su última elucubración sobre la tragedia: el Gobierno carece de un rumbo y de una estrategia. Reacciona por espasmos. Las principales voces prefirieron cesar sus amenazas contra fiscales y jueces y delegaron el papel en algunos integrantes de Justicia Legítima, de identidad K. Incluso se optó que la vuelta de tuerca mas severa quedara en la partitura del diputado y apoderado del PJ, Jorge Landau. El hombre se animó a decir que los fiscales y jueces que asistan a la marcha del 18 podrían ser a futuro recusados en las causas que sustancian. Una arbitrariedad que hubiera merecido, a lo mejor, el marco de otra resonante carta en Facebook.
Sucede que el caso de la muerte de Nisman se empieza a extender como una mancha incontenible que intoxicaría demasiados territorios políticos y desnudaría la falta de defensas del Gobierno. La investigación, en la cuarta semana de producido el episodio, estaría dando la razón al escepticismo popular que inmediatamente brotó después de la conmocionante noticia de la madrugada del lunes 19 de enero. No existe una certeza sobre si el fiscal se mató o lo mataron. El reto callejero de los fiscales y jueces estaría empezando a abrir grietas dentro del propio sistema kirchnerista. El mas rancio. Aún en el desorden, algunos hilos del caso Nisman podrían ser anudados –siquiera de modo simbólico– con otras novedades de las horas recientes. Que revelarían cómo desde hace mucho tiempo el Gobierno incorporó a los espías dentro de su ejército de activistas.
El prefecto que en las vísperas de las legislativas del 2013, que Cristina perdió, robó en el domicilio particular de Sergio Massa confesó desde la cárcel que es un agente de inteligencia. Tal vez, muchos mas pormenores se divulguen el próximo 5 de marzo cuando se realice el juicio oral. Podría ser otra mochila con mercurio sobre las espaldas de la Presidenta, sobrecargada ya con la nebulosa que rodea la muerte de Nisman.
Las pistas estarían yendo para atrás en vez de ir hacia adelante. El segundo barrido electrónico realizado para determinar si había restos del disparo con la pistola Berza 22 en las manos del fiscal dio otra vez negativo. La tarea corrió por cuenta de un laboratorio especializado de Salta. La anterior había sido realizada por la Policía de Buenos Aires. La prueba mas básica, entonces, continúa siendo una incertidumbre. Las demás, podrían asemejarse a cortinas de humo mas allá de la buena intención con que sean adoptadas. La jueza Fabiana Palmaghini comunicó el hallazgo en el apartamento de Puerto Madero de un ADN distinto al de Nisman. Justamente en un pocillo de café. El enigmático Diego Lagomarsino contó en su exposición pública que se preparó un café y lo tomó el mismo día que le llevó el arma al fiscal. Viviana Fein, la fiscal de la causa, aseguró que lo citó a declarar a Jaime Stiuso porque rastreó varios contactos telefónicos con Nisman el día previo a su muerte. Esa práctica entre ellos era tan habitual como el cepillado de los dientes. El kirchnerismo pretende seguir construyendo su historia en torno a aquel espía. Cristina lo relevó de la obligación de proteger todos sus secretos. De esa forma podría pormenorizar su largo recorrido en la ex SIDE, desde 1972, y enchastrar a muchos. También a los Kirchner, si se lo propusiera. Pero Fein precisó que su testimonio rondaría sólo sobre sus conversaciones con el fiscal y la misteriosa muerte.
El PJ sigue rumiando bronca porque la obediencia debida lo llevó a acompañar aquel texto de Zannini en el cual se planteó que la tragedia de Puerto Madero era simplemente un complot –otro mas– tramado para perjudicar a Cristina. Ahora lo pretenden empujar a una embestida contra los fiscales y los jueces que desean marchar. Por ahora se hacen los distraídos, convencidos de que lo contrario los colocaría en un lugar de alto riesgo. ¿Cuántos de los gobernadores peronistas resistirían, a futuro, una indagación sobre sus administraciones y sus patrimonios? La Casa Rosada no tendría de qué preocuparse. Esos dirigentes seguirán aguantando en la queja silenciosa, sin rebelión.
Quizás un problema mayor sean algunos núcleos K, incondicionales estos años, que han vacilado ante la muerte de Nisman y la convocatoria de fiscales y jueces. El Movimiento Evita sería uno de ellos. Jorge Taiana es su precandidato presidencial. El ex canciller ha sido crítico de Irán, del Memorandum de Entendimiento por la AMIA y de la conducta de Héctor Timerman. Taiana viene teniendo encuentros con Florencio Randazzo. El ministro de Interior y Transporte también aspira a enfrentar a Daniel Scioli en la interna del FPV. Elude esas cuestiones espinosas. El malestar iría rodando como una bola de nieve.
Todas las cartas tampoco estarían todavía a la vista. No sólo por la muerte de Nisman. La madeja de la inteligencia en el ciclo K recién empezaría a exhibir una punta. Habría otras. Alcides Diáz Gorgornio, aquel prefecto que robó en la casa de Massa, admitió su condición de espía. Se dijo que dependía de la Secretaría de Seguridad, que comanda Sergio Berni. Quizás una simple máscara. El agente, desde la prisión, habría trabajado para hacer caer el juicio oral tratando de que los policías bonaerenses que actuaron en el operativo de su detención alteraran el testimonio. Ese ardid debió contar con la anuencia de algunos mandos policiales. Y con el apoyo de alguna usina de Inteligencia. ¿Stiuso? Nada que ver. La mira estaría posada sobre el general César Milani. El jefe del Ejercito.
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