Por Ricardo Roa
Hay que reconocer que este gobierno es un gobierno entretenido. Y que sería divertido si no fuera porque vivimos acá. En estos días, un ministro provincial desairó a su gobernador, el presidente, a uno de sus ministros y una exembajadora al canciller que le ha propuesto volver a serlo. Todo a la vista de todos. En La Plata, el ministro Sergio Berni se inclina hacia adelante mientras se quita o se arranca el barbijo. Hay varios verbos para elegir. Discute y se chicanean con la ministra Sabina Frederic delante de Axel Kicillof, que los ha convocado para acordar una política de seguridad. La ministra lo desafía o lo provoca. Táchese lo que no corresponda. Lo que sigue es reconstrucción: “¿Qué? ¿Vas a desenfundar? ¿O hacés esto porque soy mujer?”. Se podría considerar que con esa alusión progre, ella está desenfundando. Berni responde a Cristina y Kicillof no sabe qué hacer para hacer creer que a sus ministros los manda él.
Otro ministro, el de Salud Ginés González García, es invitado al Senado para explicar la posición del Gobierno sobre el proyecto de fibrosis quística que aprobó Diputados sin discusión en la última, maratónica sesión del 2019. La iniciativa fue presentada por un legislador radical. Ahora la impulsa Cristina, que de repente ordenó que se agregue al orden del día.
¿Y qué dice Ginés? Que habría que cambiar un par de artículos, sobre todo el que obliga al Estado y a las obras sociales a dar un medicamento en particular cuando es recetado por un médico. El punto es que los nuevos remedios biológicos contra la fibrosis son carísimos, especialmente uno de EE.UU. que se fabricará acá. El remedio de la polémica es importado por la misma ONG que promueve la ley. No bien el ministro termina de argumentar, la senadora Fernández Sagasti, de La Cámpora y que promueve la expropiación de Vicentin, dice: “El presidente se acaba de comunicar con la doctora Kirchner y le ha pedido que el oficialismo de esta casa firme hoy el dictamen tal como vino de Diputados”. Todo el mundo entiende que esa llamada ha sido al revés, de Cristina a Alberto. Todo el mundo acata y el proyecto que objeta el ministro de Salud es ley.
El canciller Felipe Solá dice que Nicolás Maduro es “autoritario”. Es suave. Y como quien dice y a la vez no dice, dice que Maduro tiene “una gran facilidad para meter presos políticos”. Lo cruza, tuiteando, la embajadora designada para Rusia por Solá o por Cristina habría que decir: Alicia Castro, exazafata y vecina del paquetísimo edificio Kavanagh. Sin vueltas, dice Castro: “Es llamativo que el canciller siga machacando contra Venezuela” y le aconseja contra quiénes debe machacar.
Final con una historia recomendable y poco conocida: el general MacArthur, héroe de la Segunda Guerra, gana Corea y quiere avanzar hacia Pekín. Truman lo para y MacArthur le sale con un desplante. Truman dice que él fija la politica exterior y lo sepulta en un exilio dorado. Amigos comunes tratan de acercarlos y Truman les contesta: “El general McArthur a mí me puede decir lo que quiera. Al presidente de Estados Unidos, no”.
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