Por >Miguel Wiñazki
Hay una mitología extendida: somos todos campeones del mundo.
Hay unos jugadores de fútbol que son campeones del mundo.
Pero, la Argentina no está sociológicamente en la cúspide de las virtudes planetarias.
No somos racistas” se ha dicho.
No hay negros. Hay sí, pero son una minoría entre otras cosas porque fueron diezmados en las primeras filas de las líneas de los ejércitos de la Independencia, y fueron los primeros caídos por la fiebre amarilla en la segunda mitad del siglo XIX. Eran los más pobres y vulnerables.
En 1778, según un censo virreinal, los negros eran el 17% de la población de Buenos Aires, y un 13% eran mestizos.
En Santiago del Estero, por ejemplo los negros superaban el 50%, (algunos consideran que cómputos más precisos indicarían que eran el 80%) y en todo el norte superaban el 45%.
Se creó en Buenos Aires un batallón de castas en las invasiones inglesas, de negros, pardos y mulatos. Eran segregados, muy pobremente armados y por eso sacrificados en las vanguardias batalladoras más golpeadas por el fuego enemigo.
Hubo entonces un levantamiento de esos esclavos mal armados, reprimido abiertamente por las jerarquías militares porteñas. Los líderes fueron ejecutados. En el norte también se configuraron esos regimientos de castas, donde los morenos fueron en general las primeras víctimas.
La escala etno-racial era la siguiente: En primer lugar eran considerados los españoles, los “mejores” los puros. Tras ellos los criollos descendientes de españoles. Luego los mestizos, cuya genealogía aunaba europeos e indígenas, luego los mulatos, hijos de europeos, españoles, y africanos, tras ellos siempre en una escala descendente los zambos, hijos de indígenas y africanos, luego; los indígenas, y finalmente, los últimos en la escala de derechos; los africanos.
Basta ir hoy a cualquier estadio de fútbol para oír a miles y miles denigrar a bolivianos y paraguayos por su origen. Es racismo asumido como natural, y aceptablemente folklórico.
Pero la aceptación es lo más grave.
Los cánticos futboleros son mensajes de un inconsciente profundo que es cualquier cosa menos ejemplar.
El tono discriminatorio, ignorante, y homofóbico propalado por uno de los jugadores de la selección es ominoso.
Lo futbolístico no conjura lo aberrante.
Además: se ha afirmado que no hemos impuesto nuestras costumbres a nadie.
Miles de indígenas capturados en las campañas del desierto, la de Rosas primero y la de Roca después fueron o liquidados o vendidos como esclavos en ferias oprobiosas en Retiro en el siglo XIX.
No se juzga aquí a la historia.
Se la describe.
Es cierto que estratégicamente su campaña, la de Roca era comprensible y necesaria desde los intereses de un Estado que surgía apoyado por la mayoría entonces.
Roca es uno de los fundadores de la Argentina moderna, pero eso no ocurrió sin sangre.
Los actos antisemitas en lugar de decrecer, aumentaron tras las bombas a la embajada de Israel y de la AMIA y paradójicamente fomentaron la inescrupulosidad de la conexión local que operó en ambos atentados. Y hasta hoy se escuchan comunicadores que afirman que los judíos argentinos no son argentinos, que todos los judíos son ricos, y hasta algunos aún afirman que quieren tomar la Patagonia.
Los nazis refugiados en éste país tras la segunda guerra, algunos de ellos como Adolph Eichmann relevantes diseñadores del Holocausto, fueron protegidos aquí por elites abiertamente antisemitas, nazis locales.
Las escuelas judías viven rodeadas de pilotes protectores porque podrían ser atacadas simplemente porque allí estudian niños judíos.
La Argentina no es un país colonialista, ni invasor, aunque los paraguayos quizás no opinen lo mismo tras la matanza perpetrada contra ellos en la Guerra de la Triple Alianza.
Acontece una desconexión entre la percepción de lo que somos y lo que somos en realidad.
Y somos lo que somos, ni más ni menos que otros.
Del patriotismo al patrioterismo hay una frontera demasiado lábil.
Se ha afirmado que aquí no hay ciudadanos de segunda. Con el 50% de pobreza la desigualdad es tan evidente como doliente.
Todo ocurre en un clima singular en el que el gobierno pretende elegir a sus periodistas, discriminando unilateralmente a los que no considera dignos de sí mismos.
El patrioterismo y la complicidad a-crítica de los obsecuentes acongoja y opaca a la tradición liberal más profunda.
Envuelta en improvisados impulsos, altos referentes oficiales erizan la política exterior de improvisaciones que solo producen distancias irracionales.
La tripulación en el poder deambula entre un rumbo económico firme, y naufragios retóricos de apabullante improvisación.
Los griegos inventaron un arma temible para sus guerras interminables; la bomba de escorpiones.
Lanzaban miles de esas alimañas venenosas a sus enemigos, y el arma apabullaba por impacto psicológico y literal.
Fue muy utilizada durante milenios, en el medioevo se extendió en Europa, y ahora, el lanzamiento de alacranes de diversa especie, e incluso de serpientes ocurre en diversas confrontaciones en bordes del mundo no iluminados por los flashes.
El ISIS ha usado bombas de escorpiones a granel.
Los escorpiones son muchas cosas; literalmente inoculan veneno.
Alegóricamente, la naturaleza cerril de la ignorancia inyecta intoxicaciones que cantan responsos a la sensatez.
La ignorancia es el gran escorpión.
Y allí hierve el veneno.