A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

martes, 17 de julio de 2012

ENTRAN Y SALEN



Por Julio Muñoz

A diario, numerosas detenciones de asaltantes y estafadores muestran el trabajo de algunos policías y fiscales. Muy pocos confían en que sus labores sirvan para algo. Se vive en zona de riesgo permanente, y la única solución parece ser la resignación. “Entran y salen” es la frase de rigor.

Es la desazón misma. La profunda resignación. “Así vivimos” dice la gente en las notas televisivas: “parece que a nadie le importa que conserve mi vida”.
Los delincuentes entran y salen de las comisarías, o al menos ese es el sentir popular, a punto tal que de los numerosos robos que se registran a diario en la ciudad, muy pocos son reportados a la policía. “¿Para qué?”, dicen las personas asediadas por los maleantes. Lo cual pone de manifiesto una vez más la enorme desconfianza que los habitantes de la ciudad tienen respecto de quien debería resguardar la integridad física y económica de los que viven aquí.
Hay barrios enteros que se convierten en el Far West apenas baja el sol, como bien lo relató ante el micrófono de Noticias & Protagonistas radio la fiscal Andrea Gómez. Personas que han establecido reglas de vida para su familia: al atardecer se cierra la puerta y no se vuelve a abrir. Los que están en la casa, dormirán allí. Los que no estén, en casa de algún familiar que los aloje. Pero una vez que ha caído el sol, no se le abre a nadie, ni para entrar ni para salir. Parece, realmente, una historia de vampiros.
Los trabajadores de esta ciudad padecen permanentemente esa angustia, no sólo de estar en riesgo, sino además de no poder recurrir a nadie cuando los riesgos se vuelvan certezas. Llamar a la policía o no hacerlo les resulta un trámite. No creen posible que eso mejore en nada la desgracia sufrida. La víctima sentirá, eso sí, una palmada en el hombro que le diga: lo que le pasó a usted pasa quince veces por día.
Los mismos asaltantes -los integrantes de esas quince bandas que son las encargadas de asolar la ciudad- golpean a los chicos cuando salen de las escuelas del Estado para robarles las netbooks. Golpean a los profesores para sacarles lo que tengan encima: este mes le fracturaron la nariz a una profesora a la salida de una escuela municipal porque no quiso entregar el maletín, en el que llevaba el cuaderno con las notas. Golpean a los pibes que hacen deportes y tienen que llegar hasta el club. Golpean y balean a todas las personas que salen de sus casas de madrugada para cumplir con numerosos empleos.
Asaltan a los que están sacando el coche y a los que llegan en él, como en un mundo sin control. La frase de rigor es: “No es la Argentina, pasa lo mismo en todo el mundo”. Pero sabemos que en otras partes, los presos cumplen una condena que no se acorta con dinero. Ni desaparece por un buen abogado sacapresos.

La cosecha reciente

Hace pocos días la noticia despertó sorpresas en todos los lectores. Se había desbaratado una banda organizada, dedicada a robar a ancianos y ancianas en sus casas.
Con la intervención de la fiscal María Isabel Sánchez, se realizaron numerosos allanamientos que terminaron en la detención de seis personas, entre las cuales había varias mujeres. Su modus operandi era hacer el “cuento del tío” a personas de edad avanzada: los llamaban por teléfono indicándoles que recibirían la visita de una encuestadora de ANSeS o de Avon, y los ancianos, entusiasmados con la novedad, los esperaban con mate.
Luego de fingir tal entrevista, los asaltantes se iban, diciendo que volverían más tarde con otro compañero para terminar la encuesta. Obviamente buscaban la ocasión para terminar despojándolos de todos sus efectos de valor, ya que habían ingresado cómodamente a la casa.
Pero la lectura de esta noticia es peculiar: hay que agradecerles porque robaban a los ancianos sin pegarles. No ejercían violencia física, y esto parecía estar haciendo fuerza a su favor en plena investigación, acostumbrados como estamos a padecer las patéticas imágenes que brindan las bandas dedicadas a torturar ancianos a cambio de su jubilación.
¿Y qué es lo que dejan como saldo la investigación, la detención y el proceso? Resignación. Un agente de policía diciendo que no puede hacer más. Un empleado judicial que calcula cuántos minutos tardará el juez en estipular la liberación, o cuántos días demorará la Cámara en decir que le faltó una coma a la sentencia, y que por lo tanto hay que comenzar otra vez.
¿Y la Municipalidad? Ocupada en sus talentos particulares, como por ejemplo, las bolsitas verdes que les quitan el poco trabajo que tienen los cartoneros. Esos que aún viven del rebusque en vez de lucrar con el delito. ¿Y la Provincia? Juntando para el aguinaldo de los empleados provinciales. ¿Y la Nación? No sabe qué es lo que pasa en plena calle.

Vaya una por tantas 

Para ilustrar el caso, vaya pues la crónica de una noche marplatense como tantas. La protagonista de estos hechos, AD, asistía a una cena de camaradería de sus alumnos de la secundaria de adultos, que consistía en el lujo de unas empanadas amasadas por un voluntarioso. La cita era en Jujuy entre Alvarado y Avellaneda.
Había que llegar entre 21 y 21.30, así que el arribo a las 21.20 pareció buena idea. Estacionó su vehículo a mitad de cuadra en el lado de la vereda par, donde un chalet estaba iluminado. También parecía buena idea. 
El descuido fue de un segundo: al intentar salir del vehículo y en el momento en el que sólo había alcanzado a bajar una pierna, sintió el inolvidable sonido de las zapatillas corriendo sobre el asfalto detrás del auto. Alguien se había tirado de una moto en marcha. 
Esa moto pasó junto al vehículo, y la víctima sólo atinó a retirarse de la puerta del coche, y volcar su cuerpo para el lado del asiento del acompañante. Estaba resignada. Como todo el mundo, tenía en la cabeza la imagen de los hermanos de Cañuelas, las del muchacho al que mataron por las llaves de la camioneta, las tres embarazadas, y tantos más. ¿Por qué iba a ser la excepción?
Recostada en el asiento deseaba desaparecer, y atinó a defenderse a patadas, cuando uno de los asaltantes -que era mayor de edad y se escondía detrás de la capucha- le dijo: “dame todo lo que tenés. Dame la billetera, el celular, dame todo rápido”. 
Ella ya le había tirado con su cartera antes de que se la pidiera. A tal punto que el asaltante ya estaba exigiendo cosas que tenía en la mano. AD sólo quería que se fuera y que no le disparara, para poder volver a su casa a que sus hijos la vieran viva.
Hasta aquí una anécdota más. Una de las cientos de anécdotas que tiene cada persona que habita esta ciudad, a la que a alguien con poco tino se le ocurrió bautizar como La Feliz.
La cuestión vino después: cuando se pide ayuda, la sociedad se muestra no cómo es, sino cómo está, cómo ha quedado. La señora de enfrente, Jujuy al 2900 vereda impar, no quiso llamar a la policía. Respondió al timbre diciendo “andate a la pizzería de la esquina”. 
El pizzero de la esquina actuó con solidaridad, le ofreció un vaso de agua, una silla, y llamó al 911. Cuando llegó el coche asignado a la cuadrícula, habían pasado unos siete u ocho minutos. Pero el móvil no llegaba respondiendo al llamado, que jamás le había sido transferido, sino a uno muy anterior. Uno que refería que en esa esquina había una moto en actitud sospechosa. Y claro que la había: para cuando llegaron, ya se había consumado el asalto. 
El sentimiento de la policía también era la resignación: no tenían mucho apuro porque no confiaban en absoluto en el resultado de su pesquisa. La moto los superaba en tiempo y en velocidad. Y de alcanzarla, ¿qué harían? Demorar al motoquero asaltante por unas horas, nada más.
De todas maneras le preguntaron el apellido y salieron hacia ninguna parte, afirmando que trasferirían la descripción a todos los patrulleros de la ciudad. Nunca más. 
Cuando la víctima se dirigió a radicar la denuncia, ya era el día siguiente. El agente encargado del trámite burocrático estaba haciendo precisamente eso: un trámite. Nada conduciría a un resultado. Se limitó a decirle a la víctima que fuera a todas las comisarías de la ciudad a registrar las gavetas de documentos entregados, porque ellos no tenían personal para avisar nada a nadie.
“Pero, ¿cómo? Y si los encuentran, ¿no me van a avisar?”, preguntó ella. Él la miró como si estuviera pidiendo un viaje al exterior, sin siquiera haber preguntado por la descripción del asaltante. “Son todos iguales” agregó justificándose.
De encontrarlo, desde ya le auguraba que sería en vano. Que el asaltante podría ser detenido si cometiera un delito mayor, pero aun en ese caso, ya no tendría en su poder los documentos, ni nada.
Por supuesto que allí comienza el verdadero calvario. La Municipalidad, que no se hace cargo de la seguridad de los habitantes ni siquiera en la intención, tampoco se hace cargo de paliar las consecuencias. Porque una persona asaltada tiene que volver a pagar su licencia de conducir como si el robo fuera su culpa. Pero además, incluso habiendo iniciado el trámite, no podrá conducir hasta que pasen los quince días que la Municipalidad demorará en entregarlo. Porque si conduce, la misma Municipalidad que no lo cuidó, la misma que le volvió a cobrar la copia del registro, le aplicará por la cabeza una multa por conducir sin licencia. No le importará que usted esté esperando el duplicado.  ¿Es ilegal? No. Como mucho, es ligeramente inmoral.
A lo hecho, pecho. Resignación. Aún le falta volver a tramitar el DNI, con el cual poder acceder a algún dinero si es que le queda resto en el banco, porque no tendrá tarjetas ni documento con qué gestionarlas. Ni forma alguna de acreditar identidad para cobrar un cheque.
Todavía le falta comprarse un teléfono celular, para lo cual no tendrá ni efectivo ni débito. Y entonces comenzará a pensar si estaba bien haber entregado el bolso. O si era preferible arriesgar la vida por conservarlo, aun a fuerza de terminar en medio de la calle con cuatro puñaladas como tantas fotos cotidianas de la crónica nacional.

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