El gobierno de Cristina Fernández se “isabeliza” y el encierro no es el menor de sus parecidos . Un entorno minúsculo caracterizó a María Estela Martínez luego de la muerte de Juan Perón. Esa misma atmósfera viciada es la que respira la señora de Kirchner después del fallecimiento de su esposo. Con la pérdida, las dos produjeron cambios radicales en sus equipos de gobierno: Isabel se desprendió, entre otros, de José Gelbard y de Jorge Taiana (los Taiana no tienen suerte con las mujeres peronistas en el poder) y los suplantó por segundones siniestros , sin densidad política: Savino, Villone, González, Ivanissevich; Cristina Fernández dio de baja a buena parte del PJ y de la “pingüinera” que rodeó a Néstor Kirchner y la reemplazó por los militantes de La Cámpora, los protagonistas de una invasión secreta al aparato del Estado.
Las inflación carcomió la gestión de una y corroe la de la otra ; en los dos casos –si bien por diferentes motivos– se hundió la producción petrolera y fue necesario aumentar la importación. La administración de Isabel Martínez vio subir como la espuma el gasto en energía: una parte del sindicalismo la abandonó; el déficit fiscal creció y el dinero se fue a raudales por el sumidero del ministerio de Bienestar Social, sus tácticas clientelistas y los incumplidos y faraónicos planes de vivienda; al mes de la muerte de Perón y gracias a los diligentes servicios de Osvaldo Papaleo, se estatizaron los canales de televisión y los controles a la prensa se recostaron sobre una ley que penaba con cárcel de 2 a 6 años a quien “divulgara, propagandizara o difundiera noticias que alteren o supriman el orden institucional y la paz social de la Nación”.
Los periodistas críticos (el mayúsculo Enrique Raab, entre otros) fueron estigmatizados con campañas amenazantes desde las radios del Estado o desde las publicaciones sostenidas por él. Es cierto, falta en esa simetría un factor sustancial: la violencia política, la violencia armada.
No es poca diferencia . Aunque vale la pena preguntarse si no están cargadas de violencia las operaciones de inteligencia, el escarnio público, las leyes votadas a libro cerrado, las declaraciones de Berni, los discursos de Larroque o de la propia Presidente cuando asegura que la fuerza que gobierna la Capital “es sospechosa sí, pero no porque nos haya apoyado en una votación”. La jefa de Estado, por su condición de mujer, debería prestar una atención especial a las consecuencias de la violencia verbal.
Sin embargo, la presidente ha elegido avanzar por un camino estrecho y solitario, convencida de que “nada es casual, todo tiene que ver con todo, todo se articula”. Para recorrer ese sendero cuenta con navegantes inexpertos, consejeros especializados en ideaciones persecutorias, sin talla suficiente para dirimir situaciones difíciles. Quedó penosamente claro durante su última aparición pública, al hacer mención a las quintas columnas, expresión que, de acuerdo a su secretario Legal y Técnico Carlos Zannini, “que es más culto que yo”, fue acuñada por el general Mola, “el general republicano”. Google la hubiera aleccionado mejor. A Emilio Mola, enemigo acérrimo de la Segunda República, lo apodaban “el Director” por su rol decisivo en el golpe del 18 de julio de 1936. Allí donde estén, los huesos de Mola deben haber crujido. También los de los combatientes de la República. En alguna región del hemisferio austral y frente a una platea incondicional, una Presidente y su consultor en asuntos culturales acababan de enmendarle la plana a la historia. Una especialidad de la casa.

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