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| GARRINCHA EN LOS CUARTOS DE FINAL DE SUECIA 1958 |
Por Ezequiel Fernando Moores
El sicólogo, João de Carvalhaes, desaconsejó su debut en Suecia 58. "Débil mental", dictaminó. La terapia grupal en que se ha convertido esta selección brasileña ayer semifinalista y de lágrima fácil lo aprobaría de inmediato. Porque para Mané Garrincha era "tonto llorar por el fútbol". Su pierna izquierda tenía seis centímetros más que la derecha. Era chueco como su madre, a quien la abuela, hija de esclavos, cargaba en pleno trabajo agrícola atada sobre su espalda, con los pies arqueados. Mané tenía además la columna vertebral torcida y un físico deteriorado por la poliomielitis. Un desafío para la medicina deportiva, Garrincha no era el Increíble Hulk, delantero fetiche de Scolari, que hoy ocupa la misma punta derecha y es portada de la revista "Fitness".
El aspecto casi deja a Mané afuera de la prueba en Botafogo. Lo cuenta Gerson Suares, hijo de Elsa Soares, segunda mujer de Garrincha. Elsa también se vistió como pudo cuando a los 16 años se presentó a una prueba en la TV. También su aspecto causó risa. Hasta que él comenzó a jugar. Y ella a cantar. Fueron dos de los más grandes artistas populares que tuvo Brasil: él analfabeto de Pau Grande y descendiente de los indios fulnios, ella de una favela carioca, madre a los 13.
El héroe del bicampeonato mundial de Suecia 58 y Chile 62, nombre del estadio en el que Argentina paso a semifinales, Chaplin del fútbol, fue célebre por su gambeta tan anunciada como inevitable. Porque, como escribió José Carlos Wisnick, sucedía siempre en un espacio esperable, pero en tiempo inesperado. Lo sufrió Federico Vairo, en un amistoso de Botafogo contra River en México, primera vez, según cuentan, que el "olé" de los toros pasó a escucharse en el fútbol. A algún marcador, caído de culo, llegó a darle la mano para ayudarlo a que se parara, pero sin largar la pelota, porque al segundo volvía a eludirlo. En Chile 62, mientras sus compañeros cantaban nerviosos el himno, él preguntó si el rival, de camiseta blanca, era Sao Cristovao. "Es Checoslovaquia Mané", le contestó enojado Nilton Santos. "Más fácil entonces", cerró Garrincha.
Una vez le pidieron a José Stedile, líder del Movimiento de los Sin Tierra (MST), que eligiera su personaje brasileño favorito. Stedile respondió que Garrincha, historia popular y oculta de la colonización entera, "es la síntesis del brasileño: pobre, creativo y solidario".
"Era imposible odiarlo. Era imposible no amarlo", escribió en un libro reciente ("Os garotos do Brasil"), Ruy Castro, autor de la genial biografía "Estrella Solitaria". Y recordó la muerte a los 49 años, pobre, solo y alcohólico: "Es mentira que nadie lo ayudó, tal vez fue al contrario y su problema fue que lo ayudaron demasiado".
En el estadio más caro del Mundial, construido en una ciudad que apenas cuenta con un equipo en cuarta división, el patrocinador Brahma tuvo que poner animadores y distribuir una cartilla con cánticos para avisarle al público de clase acomodada que eso no era teatro.
"A mí -escribió un blog que dice representar el espíritu de Garrincha- me decían 'Alegría do Povo'. La alegría, ahora, ha sido privatizada".

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