Cristina Fernández siente que, perdio su última gran batalla política antes de la despedida. Cualquier resultado de esa batalla pretenderá ser presentado como una victoria, práctica o virtual, lo anticipo el analista politico de Clarin, Eduardo Van der Kooy La profusión de carteles en el centro de la ciudad habrían reflejado ese sentimiento: “Ayer Perón o Braden; hoy Griesa o Cristina”, rezaron. El conflicto con los fondos buitre ha colocado al Gobierno con su retórica a fuego: despotrica contra la usura internacional, contra el capitalismo salvaje y predica también por un orden económico más justo. Enfrenta, por otro lado, a republicanos y demócratas, a quienes la Presidenta acusa de ser cómplices de los holdouts para dañar a la Argentina. Ayer estaba preparado el gran festejo con la militancia, cuando las noticias que llegaban de Nueva York eran alentadoras. Pero fiel a su costumbre de no perder ni a las bolitas don Axel salio de la reunión con el pulgar para arriba en señal de triunfo. Para los medios argentinos que hacian guarda en las oficinas del mediador había fumata blanca. Ya en la conferencia de prensa en el consulado el ministro de Economia K dio tantas vueltas, tnto gre,gre para decir Gregorio que termino mareandonos a todo y al final termino habiendo fumata negra. Se hablo mucho, pero nadie se acordo que El nos llevo a esta sitaucion. Claro de eso no se habla. De todas maneras hoy a la tarde nhabra cadena oficial, sin fuegos artificiales pero con la militancia bramando en los oidos de la presidenta, que es lo que mas le gusta, como si nada pasara...como si el default no existiera.
El kirchnerismo, mas allá de los resultados obtenidos, tomó el camino menos pudoroso para su combate contra Griesa. Lo acusó por su vejez (tiene 83 años) y, supuestamente, por no estar en sus auténticos cabales.
Pero mas allá de las sustancias de su fallo, que quizás no calibró bien, Griesa se habría apoyado en un precepto difícil de ser refutado: que un deudor está obligado a pagar a sus acreedores y que no podría discriminar entre ellos. Esa es una cuestión que, mirando las frenéticas negociaciones de las últimas horas habría quedado fuera de discusión.
La Argentina le deberá abonar a los buitres de la manera que sea: con bonos y a un plazo a determinar, con la intermediación de algún banco que podría comprar toda esa deuda y luego negociar con el Gobierno, o con el establecimiento también de algún mecanismo de garantía que permita a nuestro país terminar de saldar aquella cifra millonaria a comienzos del 2015, cuando deje de tener efecto la cláusula que protege a los bonistas.
También es cierto que el litigio del Gobierno con Griesa se presentó como una novedad, aunque llega bien añejado. El juez neoyorquino falló en contra de la Argentina hace dos años y medio, cuando la situación de la administración de los K no era la actual.
Cristina llegó a ese traspié con malos antecedentes: acumulaba conflictos en el Banco Mundial (Ciadi), expropiaba empresas petroleras (YPF) y desoía las sugerencias para acordar con el Club de París.
Esas materias pendientes fueron cursadas en este semestre, cuando la economía ingresó en un tobogán y el kirchnerismo hurgó la posibilidad de financiarse en los mercados internacionales.
El apuro para encarar esos problemas induce siempre a inevitables improvisaciones. Se advierte también en la forma en que Cristina comandó las operaciones actuales con un viaje de Kicillof a Nueva York de último momento.
Aquellas improvisaciones insumen costos políticos y financieros para la Nación. El ministro de Economía, precisamente, debió revelar la carga del trato con el Club de París. Ante la persistente demanda opositora admitió que, entre intereses y punitorios, el Gobierno deberá pagar casi el doble del capital original (US$ 4700 millones). Una deuda que escaló entre el 2004 y el 2014, casi todo el tramo de la presunta década ganada.
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