Por Miguel Wiñazki
En un video sentimental, con tono melodramático y vengativo, Cristina Fernández de Kirchner propagó una puesta en escena viral. En tres minutos y cuarenta y nueve segundos irrumpe con su tapabocas blanco de alta costura sostenido con una de sus manos, mientras con la otra saluda a sus fans siempre presentes y al tanto de su agenda. Despliega con profesionalismo su mejor papel: el de perseguida.
Trémula y a la vez terminante, sostiene que las causas judiciales que la acusan fueron armadas. Que todo fue una conspiración. Que no existieron, entonces, los cuadernos de Centeno, ni los millones de Hotesur y de los Sauces, que eran falsos los hoteles y los sobreprecios y que fue ella la víctima dilecta de una confabulación de medio mundo. Las palabras distorsivas son el modo a través del cual ciertos gobernantes se ganan el consentimiento de aquellos a los que sojuzgan. La escenificación es también central. Cuanto mayor es la autoestima, mayor es la suposición de que toda investigación es la construcción de una abominable injuria.
La teatralización cristinista no es un detalle. Es su estilo de persuasión, que evolucionó hacia la condensación intensa de su uso eficiente de las redes. Allí asegura que el plan urdido para perseguirla fue montado para destruir opositores.
En el video aparecen los rostros de diversos periodistas y, por un instante, la tapa del libro La Dueña que escribimos con mi hijo en 2014. Ella no era oposición sino pleno poder entonces.
Todas las investigaciones comenzaron cuando ella lideraba el país y prosiguieron luego.
Y proseguirán.
El melodrama es la clave del sistema de seducción colectivo. Es notable la influencia de la radionovela primero, de la telenovela después y de los videos sensibleros en red ahora para la construcción del sentimentalismo político latinoamericano que funcionó como máscara (no como barbijo) para maquillar autoritarismos varios, exacciones y robos imperdonables pero, en general, olvidados.
Se trata de sustituir hechos por lágrimas, de permutar los roles: de poderosa y castigadora a Santa despojada e inerme. Una transmutación activa por obra de cámaras y ediciones.
Santa Cristina actúa de sí misma según su lado inmaculado.
Estética y poder. La política como un espectáculo. Instagram como prioritario balcón digital, magnético y eficiente para borrar de la memoria social pruebas, evidencias y años de trabajo indagador.
La vicepresidenta preanuncia la ofensiva innegable y ya en marcha. La venganza está diseñada. Y nada ni nadie le impedirá llevarla a cabo.
La venganza es el modelo.
En simultáneo avanza la apropiación estatal de Vicentin, punta de lanza experimental de la colonización de la casta gubernamental sobre el espectro productivo agropecuario.
Todo ha sido desprolijo pero nada fue improvisado. Según trascendió ya, Ricardo Echegaray fue el ideólogo de la exacción.
Anabel Fernández Sagasti, alter ego y marioneta de Cristina en el Senado, citó en su momento -2016- uno de los panegíricos de Cristina hacia Hugo Chávez. En Twitter Fernandez Sagasti replicaba el pensamiento de su jefa: “A tres años de su partida física. Hombres como Chávez no mueren, se siembran. CFK #ChavezEterno #PatriaGrande”.
Evidentemente siguen sembrando chavismo en la Argentina. Fernández Sagasti estaba a la vera de Alberto Fernández cuando se anunciaba la toma oficial de Vicentin.
Los mecanismos oxidados del señorío de antaño se cuelan acelerados por los entresijos de la pandemia y resucitan.
Circulando por las trilladas venas abiertas del corazón artificial de la patria populista, el flujo ideológico del nacionalismo estatal redentor se instala con frenesí y al ritmo de la actuación vicepresidencial. Ella, máster del Instagram político pasional, que no duda en asumir una nueva deuda, la de Vicentin, en la precisa instancia en la que se decide un acuerdo o un default.
El caso Vicentin no exime de eventuales pecados ni a los empresarios ni a la administración política anterior.
Hay que investigarlo todo.
Pero lo concreto hoy es que la sociedad adquirió una nueva deuda.
Precisamente en este momento, cuando los contagios crecen y la economía se abarrota de desastres, cuando la angustia por los bolsillos vacíos aumenta y con razón, cuando no sabemos qué va a ocurrir porque nadie tiene certezas sino dudas sobre lo que pudiera acontecer en el futuro inmediato.
Ahora mismo, se nos sumó otro pasivo porque el cristinismo así lo ha decidido.
Santa Cristina no la va a pagar.
Ella no paga.
El país sí.

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