Por Nicolas Wiñazki
El funeral de Diego Maradona en la Casa Rosada preveía que ante una emergencia dramática se evacuara al féretro del astro elevándolo a los cielos. La familia y las autoridades tenían a disposición tres helicópteros si sucedía un acontecimiento severo que necesitara de un escape aéreo. No pasó. Pero sí se generó otro tipo de alerta debido a un descontrol violento que provocó terror entre los parientes y amigos del hombre más popular del país. El ataúd con el cuerpo de Maradona se resguardó en un lugar seguro. Su familia y sus amigos también se movieron hasta allí ante la fuerza de los hechos inesperados. Estaban todos en el Salón de los Pueblos Originarios. Habían pasado parte de la noche y del día en ese espacio preparado para que tuvieran total intimidad. Sin cámaras. Sin curiosos. Solo ellos y su duelo.
Alrededor se desarrollaba una anarquía preocupante, pero fue entonces cuando la familia Maradona y sus amigos despidieron a su ser querido del modo más cercano, personal y emocionante. El féretro de Maradona fue abierto por primera vez. Sus familiares vieron el cuerpo del hombre que siempre fue invencible y se asombraron por la paz y la energía que parecía transmitir. Hubo llantos y abrazos. Las hijas de Maradona decidieron que en ese velorio único, a pesar del descontrol que se escuchaba afuera, todo se armonizara con la música que más le gustaba a “Diego” y a ellas también. Cumbia. Canciones románticas. Pop latino. Bachata.
Algunos de los pocos presentes fueron afectados incluso por los gases lacrimógenos que había lanzado la policía para despejar a los violentos que rompieron las exequias organizadas por las más altas autoridades políticas de la República.
Ellos vivían otro momento.
La escena del momento del velorio que el público no vio fue reconstruida a Clarín por testigos directos de esos minutos singulares y necesarios.
El desborde social se había desatado minutos antes.
A las 15:39 del jueves 26 de noviembre del 2020, en lo que se transformó en un acontecimiento único en la historia argentina, desconocidos en banda multitudinaria, muchos de ellos barras bravas de diversos clubes de fútbol, otros apenas fanáticos de Maradona que esperaban despedir a su ídolo, vencieron la resistencia de las fuerzas de seguridad que cuidaban la sede central del Gobierno. Saltaron rejas. Abrieron un camino delirante y multitudinario para entrar adonde no debían. Corrieron por los pasillos del poder. La seguridad presidencial había perdido el manejo del edificio más custodiado de la Nación.

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