A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

lunes, 1 de abril de 2024

CUANDO SE ROBAN LA 9 Y EL DENGUE ATACA


 Por Miguel Wiñazki

El delantero y goleador de Argentinos Juniors, Maximiliano Romero, estaba en el banco de suplentes. Había dejado su camiseta, la número nueve, en el respaldo de su butaca. Partió al descanso tras el primer tiempo. Dejó la remera allí. Ingresaba en el segundo período y efectivamente entró, pero cuando fue a ponerse la camiseta descubrió que la habían robado.

No había otra casaca con su nombre para él, y le dieron la de otro jugador; Lucas Gomez.

Maxi hizo un gol, empató el partido frente a Instituto. Lo celebró corriendo y con sus brazos flameando. El nombre de Gomez corría con él inscripto en su espalda.

Es un hecho menor, pero de elocuencia mayor.

Y, por otra parte, ¿Dónde está la camiseta robada?

¿Quién la sustrajo? ¿Quién tuvo el coraje o la conciencia o la inconsciencia de sustraerla quizás calculando que nadie lo descubriría?

¿Alguien lo sabe?

Todo indicaría que el robo menor será impune como tantas cosas.

Olvidate.

Olvidemos al ladrón, ese es el mensaje.

Son las anécdotas de la inversión de valores, de la inmunidad para los cleptócratas, del absurdo, de todos los trastocamientos, y de la pobreza también.

Hasta los mosquitos lo perciben.

El dengue, ese flagelo, es una enfermedad de países pobres. Agudos en su percepción de prestos transmisores, los mosquitos detectan la vulnerabilidad estructural de las sociedades, y atacan cuando la pauperización crece.

La Argentina es un país pobre y por eso el dengue ataca.

La sangre está a disposición.

La infraestructura sanitaria tantas veces colapsada, la precariedad de miles de viviendas, las migraciones desesperadas o manipuladas por mafias usurpadoras, la nomadización, la carencia en general, la falta de controles sistemáticos, la ausencia de campañas consistentes y de prevenciones racionales magnetizan a esos insectos y a otros tantos.

Esos zancudos impiadosos producen sin embargo unos niveles de conciencia históricamente obturados: somos, mayoritariamente pobres, menesterosos, muchísimos son indigentes, hay hambre, y el infortunio expone la sangre que pretenden los malditos mosquitos.

Cuando la pobreza agravia a la mitad del país, no solo las epidemias se propagan; el tejido social se degrada y deja huecos para los males más diversos.

Es un flagelo tradicional, penosamente arcaico que se repite en Latinoamérica.

¿Cómo se lee la pobreza en Latinoamérica?

Escribió Miguel Ángel Asturias en El Señor Presidente, en 1946.

“Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola”.

Vale para tantos países antes y ahora.

“Íngrima y sola” escribe Asturias. “Ingrima” significa soledad. El non plus ultra de la soledad; cien años de soledad.

Argentina navegando en la soledad y ante la tormenta de mosquitos y plagas diversas y letales.

Es sangre y soledad. Un desastre mortal. Una precoz voluntad de matar.

Y unos ideólogos de la violencia que saben encontrar candidatos dispuestos a gatillar.

Un sicario adolescente pero criminalmente adulto para romper una vida y una familia.

La desgracia se expande y sin embargo también existe una voluntad expresa por atenuarla, una necesidad activa de justicia, un esfuerzo por la investigación -la investigación periodística entre las más notables- que busca desocultar a los organizadores de crímenes que responden al dinero y a la infamia que no se concibe tan infame para muchos.

Esta semana murió el premio Nobel Daniel Kahneman, inmenso pensador de la economía y de la psicología. Una de las claves de su insoslayable texto “Pensar Rápido, pensar despacio” es la siguiente: “Hay ilusiones cognitivas”.

Creemos conocernos, pero es ilusorio, a veces alucinatorio.

Hemos creído que la Argentina es europea y rica. Es una ilusión. Es pobre y latinoamericana. La pregunta fundamental, señala Kahneman, es la de averiguar si esas ilusiones, o alucinaciones pueden ser vencidas.

Es necesario que un golpe del sentido de realidad, conjure la fabulación que hemos creado de nosotros mismos.

El mosquito Aedes Aegypti que contagia el dengue entre otras siniestras afecciones, atraviesa nuestras ilusiones y ataca porque en su cerebro de mosquito, “sabe” que somos pobres.

El alucinado, el fabulador, el embaucador es un psicópata. Sobre todo un psicópata para consigo mismo.

Se mira en un espejo, como Dorian Gray y se percibe magnífico e inalterable.

La psicopatía puede volverse multitudinaria. Hay sociedades enteras que alucinan o que se ilusionan con ser diferentes de lo que son.

Transitan por la ficción como si las ficciones fueran los hechos.

A veces un descenso abrupto a las dificultades más abismales desarticula las ficciones e instala los pies sobre la tierra.

¿Será éste ese momento?

Las ficciones no se desarman con videos superficiales, o con grandilocuencias y bravatas.

Décadas, eras de fabulaciones y de demagogias instituyeron mitologías enfermas, mentalidades intoxicadas de consignismo y de imaginarios que se distanciaban de toda realidad. Eso tiene nombre. Se llama “delirio”. Delirio social masivo.

La resonancia de nuestros suplicios llama a la puerta.

Quien quiera oir que oiga.

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