VARIOS SUPERVIVIENTES DE LA TRIBU HERERO EN NAMIBIA MASACRADA POR ALEMANIA |
Verdugos sin identidad, víctimas sin reconocimiento. Con la publicación, esta semana, por parte del Gobierno del Reino Unido de los primeros documentos pertenecientes a los archivos coloniales, comienzan a salir a la luz los crímenes cometidos por la metrópolis durante esos infames años. Su desclasificación fue lograda, en parte, gracias a la batalla legal de cerca de 7.000 veteranos «Mau Mau» (una organización nacionalista keniana que entre 1952 y 1961 se alzó en armas contra el Gobierno británico), quienes en 2009 iniciaron un proceso contra su antiguo colonizador por los abusos morales y físicos durante la revuelta.
Sin embargo, no fue hasta el pasado año cuando el Gobierno británico dio luz verde a su causa, al admitir la existencia de 8.800 expedientes que fueron enviados de forma secreta a Londres desde varias ex colonias, poco antes de su independencia.
«Ésta no es una demanda contra el colonialismo, sino contra la barbarie. Nuestra causa se centra en una punto particular de la historia y en un lugar concreto. Solo queremos que se repare moral y económicamente [los supervivientes apelan por un fondo de cerca de 2,3 millones de euros] a unas víctimas a las que se arrebató la propio humanidad», explica a ABC George Morara, miembro de la Comisión de Derechos Humanos keniana, que espera que la publicación de estos documentos sea el espaldarazo definitivo a su lucha.
La historia, lo cierto, siempre les negó este privilegio. Cuando a comienzos de los 50, el gobierno colonial de Kenia amenazó a la etniakikuyu con la expulsión de sus tierras, cerca de un millón y medio de miembros de esta tribu se alzaron en armas bajo la bandera «Mau Mau», un apelativo creado por la propia metrópolis británica para otorgar un carácter primitivo al movimiento.
La represión fue brutal (en aquel momento, menos de 10.000 ciudadanos blancos poseían más del 25% del territorio keniano): Según la Comisión de Derechos Humanos keniana, al menos 65.000 personas fueron ejecutadas por las tropas británicas durante el periodo 1952-1961. Unas cifras, que para la profesora de Harvard Carolin Elkins, serían infinitamente superiores.
En su obra «Britain's Gulag», la autora denuncia que más de 100.000 kenianos podrían haber sido asesinados, pese a que solo 32 británicos fallecieron como consecuencia directa de los combates. A su vez, el 90 por ciento de los kikuyu fueron detenidos en algún momento del conflicto y traslados a campos de concentración (como denunciaba a este diario recientemente una de la supervivientes, Zawerja Wambui, en estos centros de internamiento se produjeronlos más infames abusos contra los detenidos, caso de castraciones o agresiones sexuales masivas).
Disculpa formal
Sin embargo, y sin servir de excusa, los crímenes cometidos en Kenia no son una excepción de la barbarie provocada por el colonialismo en el continente africano. Ya en 2004, Alemania ofreció una disculpa formal por la masacre cometida (y olvidada en la historia) por sus tropas contra la tribu herero en Namibia.
Solo un siglo antes, el 2 de octubre de 1904, el general Lothar von Trotha -comandante a cargo de la expansión germana en el suroeste del continente- había emitido la orden de exterminar a todos los miembros de esta tribu si no abandonaban sus tierras. Un año después, cerca de 65.000 miembros de esta etnia (casi el 80% de su población total) habían fallecido, bien al ser ejecutados o tras ser abandonados a su suerte en el desierto.
No menos sangrante es el caso de República Democrática del Congo. Durante la administración de este territorio -entonces llamado Estado Libre del Congo- por parte del rey Leopoldo II de Bélgica (1885-1908), y según el historiador Adam Hochschild, al menos de 10 millones de personas fueron asesinadas, en quizá uno de los mayores genocidios de la historia moderna.
Como destaca el analista, las masacres se enmarcaron dentro de la carrera comercial abierta en Europa por la producción de caucho, debido a su creciente demanda por parte de la industria automovilística.
Recuento de muertos
El salvajismo no fue menor. En 1896, por ejemplo, un periódico alemán -Kölnische Zeitung- ya denunciaba en sus páginas que al menos 1.308 manos habían sido entregadas, en un solo día, al infame comisionado local Leon Fievez (la práctica de cercenar miembros era habitual como castigo o para servir de recuento al número de muertos). De igual modo, como remarca Hochschild, solo en el año 1903, la compañía Anglo-Belga del Caucho y la Explotación envió cerca de 40.355 balas a uno de sus 35 centros de distribución bajo la orden, expresa, de castigar a quien empleara la munición disparando contra objetivos no humanos. Todo el armamento fue agotado a los pocos meses.
Ahora, al menos en Kenia, los verdugos comienzan a tener rostro.
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