Por Miguel A. Brevetta Rodriguez
En mi provincia existían, como puntos de referencia, sólo un diario y una radio de amplitud media, ambos de propiedad de una familia. Y nada más. Pasaron los años y la sociología –también ciencia poco conocida- incorporó a nuestro léxico cotidiano el término “medios de masiva comunicación” para ilustrarnos de la magnitud en el alcance, que adquirió la noticia como proyección. Y dentro de ese mismo concepto no tardó en insertarse la televisión, la radio en frecuencia modulada, las revistas, periódicos, el cine y felizmente internet, que impuso el conocimiento global de manera instantánea al alcance del mundo contemporáneo.
Del principio a la fecha, océanos de tinta graficaron los hechos cotidianos en cumbres de papel, reflejaron la evolución del hombre y el devenir constante de sucesos mundanos. Y así el sencillo oficio de escribir, fue ganando espacios y adjudicándose logros imprevistos, cuando informaba desde la verdad objetiva y opinaba con total independencia y ecuanimidad. Los medios crecieron abruptamente y con ellos el ejercicio periodístico, ende los periodistas. Alguien dijo que se constituyó en el cuarto poder, otros lo mas impetuosos, le adjudican el primero - por sobre de nuestras instituciones- lo que resulta aventurado y exagerado, pero no por ello menos importante.
Como en todas las artes y oficios, luces y sombras describen su derrotero, porque después se conoció la otra parte, la cara fea que identificó a otro periodismo, mostrando a quienes no vacilan en mancillar una labor noble y sencilla que debió mantenerse inalterable en el tiempo, pero como en el “Cambalache” de Discepolo, se mezclaron, los buenos con los malos, los talentosos con los mediocres, los infames con los decentes, como no podía ser de otra manera.
Perdió vigencia y espontaneidad aquella definición concluyente que decía que: “El periodismo es función docente” (2) en la palabra y los escritos del amigo Segundo Osorio, cuando no se conocía su parte oscura y lapidaria.
Tal vez por ello, es que las piedras existen en casi todos los caminos: “La precariedad del trabajo, los salarios del hambre, los salarios de mierda, la censura, la autocensura, en cualquiera de sus putas formas, la presión política que exhibe a la publicidad oficial como a una prostituta de medios y periodistas, la ausencia de una ley que reglamente y transparente la distribución equitativa de ésta a falta de inversión privada, y los periodistas corruptos, son sólo algunas de las calamidades, que hacen infame al oficio. Eso sin embargo no es todo. Hay discusiones conceptuales y perogrulladas que algunos dinosaurios de la especie todavía alientan para retrotraernos al Medioevo. Es menester que el debate se nutra en la diversidad editorial, de fuentes, de géneros, de estilos, y de pensamientos. Al igual que la realidad, el cuerpo debe militar, también, la palabra” (3)
El elogio del periodismo transita en esta hora, por una ruta de doble mano, por donde circulan los unos y los otros. Están los que desinforman, ocultan, deforman, manipulan y mienten, pero también existen los que se avienen al deber de informar, sin ocultamientos mezquinos, ni deformaciones odiosas, los que no responden a la manipulación ni propia, ni extraña, porque no conciben a la mentira, como información.
Sin dudas el tema desborda pasiones y porque admite controversias, no es fácil colocarse en el punto medio de la objetividad. Por ahora lo que tenemos por cierto es que: “El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto.” (Francisco Umbral) Lo demás está por verse.
FUENTE:
1- Cesar Leovino Suarez, periodista y docente santiagueño.
2- Epígrafe en portada del semanario santiagueño: Sonoridades.
3-Alfredo Germignani. Revista Cuna, Año Nº 2, Nº. 5. 2007, Chaco.
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