Al cerrar la emisión de su programa "El juego limpio", el periodista Nelson Castro
recomendó a la presidenta Cristina Kirchner "que se cuide del Síndrome Hubris. Soberbia, desmesura, huida de la realidad. Son los males que invaden a los políticos en el ejercicio del poder.
David Owen, antiguo ministro de exteriores británico y neurólogo en su vida cotidiana, invirtió seis años en estudiar el cerebro de los líderes de la clase dirigente. Con los resultados publicó un libro titulado “En la enfermedad y en el poder” -Abril de 2008-. Según el político inglés, hay una razón para el desvarío de quienes alcanzan altas cotas de mando o/y notoriedad: el “síndrome Hubris”, no admitido por la medicina pero con una larga historia en nuestra civilización. Y con ejemplos tan palpables que deberíamos proponer se estudiara como enfermedad… y contara finalmente con un tratamiento.
Bush, Blair y Aznar se reunen en las Azores, con el portugués Barroso como convidado aquiescente de piedra, y deciden invadir un país: Irak. Están poseídos por Hubris. Les acomete una exagerada confianza en sí mismos, ya no escuchan a sus asesores ni a sus ciudadanos, se creen en posesión absoluta de la verdad, con capacidad para hacer y deshacer según su voluntad, no reconocen sus errores. Para Owen el poder intoxica al punto de afectar la mente. Todo se ha gestado con técnicas de manual. En otras profesiones y áreas de relevancia, se suele llegar a la cima por méritos. También se ven afectados por Hubris –ahí tendríamos a estrellas de la música y el cine pidiendo agua del Nilo para desayunar-. Pero los gobernantes con mayor motivo porque no se han impuesto solamente por su valía personal, sino por una lucha de intereses, triunfo sobre sus contrarios, más palpable que en otros campos. No está asegurado que sean los mejores de su partido, sólo se presupone.
La mecánica es prácticamente igual siempre: salen de sus hogares anónimos, de sus cátedras, de un despacho de abogados –con frecuencia-, o de una fábrica, y en un principio se sienten incrédulos de su propia capacidad. Una nube de aduladores se apresura a convencerles de sus excelencias. La mayoría espera sacar provecho.
El líder ya está seguro, llega la megalomanía, acometer obras faraónicas –desde desatar una guerra a taladrar media ciudad-. La M30 de Gallardón en Madrid, como ejemplo palpable de lo segundo. Los hay a cientos. Se construyen edificios “emblemáticos” que lleven su nombre y su sello para la posteridad. Los rascacielos de Manhattan inmortalizan poderes económicos. La Torre Trumps, el edificio Chrysler, MetLife Building -nacido como Pan Am Building- entre los más conocidos. El placer de entrar allí y decir: “Es mío”. En su vida personal, se dotan también de lujosos chalets e incluso palacetes. Lo primero que proyectó el ex presidente de la Corporación RTVE, Luís Fernandez, nada más llegar al cargo, fue una nueva sede que se identificara con él. Las clínicas, distintos organismos, cuentan al menos con una lápida de quien los inauguró. Para las posteridad -o hasta que llegue la piqueta-. Ellos ya no son “iguales” a los demás mortales, son superiores.
Es entonces cuando se desata el miedo a perder lo obtenido. Todos son enemigos a evitar, incluso en los consejos. Rodearse de mediocres en su círculo más cercano, apenas atenúa su temor. El rival brillante, precisa su desactivación por cualquier método. Esperanza Aguirre y su “inexistente” red de espías para controlar a oponentes de su propio partido. Los “hijodeputa” a desplazar. El “¿Qué arma tenemos contra él?” “¿En la caja?” “Contra él”.
Nerones, Calígulas, Claudios que se encierran en su castillo. El síndrome de la Moncloa, de Génova, de Ferraz, de la última planta de cualquier empresa. Por eso José Luís Rodríguez Zapatero dijo la noche de su primera victoria electoral: el poder no me va a cambiar. Por eso, tampoco lo ha cumplido.
Los expertos aseguran que afecta más a los varones y a personas de corta capacidad intelectual. El varapalo de las urnas, el cese, la pérdida del mando o la popularidad en definitiva, sume al afectado por el Hubris en la siguiente fase: desolación, disimulada con rabia y rencor en algunos casos. El ex presidente Aznar, abrupto correcaminos del odio, es una clara muestra.
Hubris -Hibris para el español- nació, como casi todo, en Grecia. Esa vanidad desmesurada –que competía con los dioses- acarreaba un castigo que proporcionaba Némesis, la diosa de la justicia retributiva. Sin piedad, volvía al descarriado a los límites de su realidad. No se andaba con miramientos. Sus afectados podían llegar a ver cómo un águila se comía a diario su hígado –regenerado, inmisericordemente, por su condición de inmortal-. Es decir, véase Vd. en esa desagradable tesitura una mañana, para que se repita todos los días, eternamente. Le sucedió a Prometeo, benefactor de la Humanidad, pero que se extralimitó de sus funciones, invadiendo el terreno de las deidades; entes, que como ya se sabe, no se caracterizan por tolerar críticas o sublevaciones. Hubris en sí mismas, son las únicas con derecho a hacer lo que les plazca. No así los titanes, ni, mucho menos, los mortales. El cristianismo, en la misma línea, habla de pecado y opone sanción a la soberbia. Claro que es un pecado capital, mortal, que conlleva la condenación eterna. Y desde luego al ángel arrogante lo convirtieron en demonio y lo mandaron a los infiernos para siempre jamás. O los generales romanos que -con técnicas de prevención- , eran seguidos por una corte de esclavos en su entrada triunfal a la ciudad, los cuales les iban repitiendo: “Memento mori” que significa “¡Recuerda que eres mortal!”. No es necesario aclarar, que no les hacían ningún caso. Véase Julio Cesar.
2.700 años desde la primera formulación, multitud de avances técnicos, y el ser humano y sus relaciones no han cambiado absolutamente nada. Solo que hoy, la sociedad hueca y hedonista ha suprimido la despiadada “Némesis” e incluso el “Recuerda que eres mortal“, mucho menos cruento. El castigo de las urnas a lo sumo, el cese, la pérdida del favor del público en los famosos, como mucho… y como poco. Y lo peor es que los rivales políticos, o los nuevos ídolos actuarán previsiblemente igual. Ya lo hacen en muchos casos antes de alcanzar la cota máxima a la que aspiran. Sufren de Hubris hasta depredadores de intrascendentes ideas. Ningún águila justiciera pide cuentas. En nuestros días, reina la impunidad. Salvo la pena que lleva implícita su propio síndrome: el miedo a perder lo conseguido.
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