Por Adrian Freijo
La grandilocuencia siempre es socia de lo pequeño. Existiendo tantos vocablos determinantes en la lengua castellana el acumularlos, adjetivarlos o superponerlos representa la necesidad de fortalecer con el instrumento la debili
dad de la melodía que, en este caso, sería la idea.
La Argentina se ha llenado de discursos y ese crecimiento en lo oral está en relación directa con la desaparición de los conceptos. Todos hablan mucho y muy pocos tienen en claro que es lo que quieren decir.
En el terreno de la palabra trata de dirimirse la verdad, olvidando que esta es una sola (e inmutable) y que tarde o temprano se presentará ante nosotros aunque hagamos todo lo posible por ocultarla o disfrazarla.
Poco importa entonces “lo que se dice” si ello no responde a lo que realmente está ocurriendo.
Si la economía claudica, no perdamos el tiempo en denunciarlo o desmentirlo. En algún momento del futuro ella misma nos dirá que ya no puede más…
Si la corrupción campea no entremos en el juego de las acusaciones o las desmentidas; seguramente pronto nos encontraremos con la verdad irrefutable (si es que alguna vez la justicia prima por sobre la complicidad con el poder y la posterior venganza con quien lo ha perdido).
Y todo quedará expuesto más allá de los discursos y de las palabras y mucho más acá de las buenas o malas intenciones.
“La única verdad es la realidad” nos recordaba el griego Aristóteles, cultor de la filosofía del realismo y poco afecto a las parrafadas sin sentido.
Y la realidad siempre emerge y se presenta entre nosotros para recordarnos, entre otras cosas, que no hay poder humano que pueda ocultarla por demasiado tiempo.
Y esa realidad es firme y serena….como debería serlo cualquier poder que no quiera correr el riesgo de alejarse demasiado de ella.
La Argentina se ha llenado de discursos y ese crecimiento en lo oral está en relación directa con la desaparición de los conceptos. Todos hablan mucho y muy pocos tienen en claro que es lo que quieren decir.
En el terreno de la palabra trata de dirimirse la verdad, olvidando que esta es una sola (e inmutable) y que tarde o temprano se presentará ante nosotros aunque hagamos todo lo posible por ocultarla o disfrazarla.
Poco importa entonces “lo que se dice” si ello no responde a lo que realmente está ocurriendo.
Si la economía claudica, no perdamos el tiempo en denunciarlo o desmentirlo. En algún momento del futuro ella misma nos dirá que ya no puede más…
Si la corrupción campea no entremos en el juego de las acusaciones o las desmentidas; seguramente pronto nos encontraremos con la verdad irrefutable (si es que alguna vez la justicia prima por sobre la complicidad con el poder y la posterior venganza con quien lo ha perdido).
Y todo quedará expuesto más allá de los discursos y de las palabras y mucho más acá de las buenas o malas intenciones.
“La única verdad es la realidad” nos recordaba el griego Aristóteles, cultor de la filosofía del realismo y poco afecto a las parrafadas sin sentido.
Y la realidad siempre emerge y se presenta entre nosotros para recordarnos, entre otras cosas, que no hay poder humano que pueda ocultarla por demasiado tiempo.
Y esa realidad es firme y serena….como debería serlo cualquier poder que no quiera correr el riesgo de alejarse demasiado de ella.
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