LA FOTO DE LA PROCESIÓN DE SAN GIL DE JUAN MANUEL ARAGON SELECCIONADA POR LA BBC |
Juan Manuel Aragón
http://juanaragon.blogspot.com.ar
Durante los años que fui corresponsal del Nuevo Diario en
La Banda, me preocupé por hacer amigos de toda clase, del noble y el villano, del
prohombre y el gusano, como dice la canción. Fueron los vendedores de la vereda
del mercado Unión quienes me dieron precisiones de la fiesta de San Gil de la
que –por supuesto- había oído hablar unas cuantas veces. La fiesta tiene algunas
tradiciones quizás copiadas de la San Esteban, pero guarda sus particularidades
también. El Gallego Luluaga llevaba cadenitas para vender a los peregrinos,
Lino Cuenca tenía un “tire y pegue” o algo así y un cordobés, casado con una
bandeña que vivía cerca de Sacha Pozo, hogar del santo, me contagió su
entusiasmo inquebrantable por esa fiesta
de los agricultores, los pobres y los campesinos.
Y fui y vi y me gustó.
Y volví todos los años que seguí de corresponsal. Una de
esas veces y siguiendo el consejo de Alfredo Peláez que sostenía que la noticia
no espera, en vez de aguaitarlo al santo el 25 de agosto cuando lo traen a
hacerlo velar en una iglesia de Santiago, la noche anterior me fui a Sacha
Pozo. Y de allá me vine de a caballo, siguiendo la peregrinación desde el fondo
del departamento Banda. Salimos de madrugada y llegamos a Santiago a las 6 de
la tarde, 12 horas después, en un viaje que no olvidaré jamás. Observar las
viejitas saludando la pasada del santo con sus pañuelos en lugares como La
Granja, La Tijera, las primeras casas antes de la Grafa, fue una experiencia
maravillosa para un periodista que hasta ese momento se decía descreído y tal
vez lo fuera. Las mujeres de la entrada de La Banda ofrecen a los jinetes
sánguches de mortadela que hacíamos pasar con cerveza. Sujetar el el flete hasta
hacerlo caminar por las veredas con malvones de los orgullosos bandeños fue una
sensación que no tiene nombre, carajo. Esperar junto a otros paisanos a que
miles y miles de devotos se hicieran pisar por el santo, sentir que de adentro
brota un alarido que es desquite en lugares por los que normalmente se pasa
callado, observar que los dueños de la imagen la acompañan a sol y a sombra por
miedo a que los curas de las iglesias lo quieran quedar. Eso y más se me grabó
en la memoria y me cinceló el corazón con un sentimiento de rabia que se
expresa y que surge y que no he vuelto a sentir.
Después volví a Santiago y el periodismo me llevó por
otros rumbos. Pero ya tenía metido el veneno y me hice devoto de San Gil.
El último año que viví en los monoblocs de la Bolivia, en
Santiago, una tarde que estaba en casa tomando mate, me acordé. ¡La puta!, era 25
de agosto, San Gil venía a visitar a San Roque, templo en el que pasaría la
noche antes de regresar, al día siguiente, a su pago.
Tomé mi cámara, una vieja Olympus OM1 que le compré al
gran Chito Martínez y me fui disparando a tomar fotos en la Yrigoyen al fondo.
En un hotel nuevo que hay frente a la escuela 40 pedí permiso y me cedieron por
un rato una habitación desde la que gatillé algunas tomas. Luego bajé, me metí
entre la multitud e hice unas cuantas más.
Y al final guardé las fotos y me olvidé.
Hasta que hace unos días vi la convocatoria de la web de
la BBC en español, pidiendo que los lectores envíen fotografías que ilustren la
tradición. Busqué en mi archivo a ver si había algo y desde la pantalla del
ordenador titilaban las fotografías.
Bueno, ahí está.
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