Por Nicolas Parrilla
Cuando se supo que Argentina iba a ser invitada de honor en la edición 2010 de la Feria del Libro de Frankfurt, Alemania, la polémica no tardó en instalarse. La intención de los organizadores del mayor encuentro comercial de literatura del mundo era homenajear al país en el año de su bicentenario, y la delegación nacional anunció que exhibiría una serie de íconos que representarían a Argentina: Diego Maradona, Carlos Gardel, Ernesto “Che” Guevara y Eva Perón. La discusión, que surgió de la elección de estas figuras, y de la no inclusión de algún hombre de las Letras, se desactivó cuando a último momento se incluyeron a Jorge Luís Borges y a Julio Cortázar en este imaginario panteón de ídolos.
Seguramente, a la hora de hablar de escritores, poetas o literatos argentinos, los dos nombrados anteriormente encabezan todos los listados, y muchas veces se dejan olvidados a grandes artistas nacionales. Entre los injustamente ocultos, se incluye al mayor poeta del país, Leopoldo Lugones. Irónicamente, el Día del Escritor en Argentina se celebra los 13 junio, ya que un día como ese, en 1874, en Villa María del Río Seco, corazón de la provincia de Córdoba, nació Lugones.
Primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Arguello, Lugones pasó su niñez entre Santiago del Estero y Ojo de Agua, una villa con pocos habitantes de la misma provincia. Allí cursó sus estudios primarios, y ya desde pequeño se destacaba por su memoria y su gusto por la lectura. Sus padres decidieron enviarlo a Córdoba, con su abuela materna, para que siguiese los estudios superiores.
En Córdoba, Lugones dio con éxito sus primeros pasos en la vida pública, recitando su primera composición en el Teatro Indarte, dirigiendo el periódico liberal y anticlerical “El pensamiento libre”, y alistándose voluntariamente para enfrentar a las fuerzas radicales que se habían sublevado en Rosario. En 1896, se instaló en Buenos Aires y se casó con Juana González, su primer gran amor. Allí se rodeó de un grupo socialista de escritores integrado por José Ingenieros, Roberto Payró y Ernesto de la Cárcova; escribió en los periódicos “La Vanguardia”, “La Tribuna” y “La Nación”; y publicó su primer libro “Las montañas del oro”, en 1987, basado en una influencia tardía del Romanticismo Francés.
A partir del 1900, la obra de Lugones creció tanto en cantidad como en calidad, convirtiéndose así en una de las plumas más notables ya no solo de su generación, sino también de la historia Argentina. En las poesías de “Los crepúsculos del jardín”, de 1905, se acerca al modernismo hispanista y a las nuevas corrientes literarias francesas, como el simbolismo, el decadentismo y el parnasianismo. En 1916, se publicó “El payador”, que reúne una serie de conferencias sobre una de las obras más icónicas de la literatura nacional, el “Martín Fierro” de José Hernández. Para Lugones, el poema gauchesco fue el gran “Cuento Homérico de la Cultura Argentina”.
Probablemente, su carrera política sea uno de los puntos más oscuros en su trayectoria, y en parte culpable de que no se le dé el verdadero reconocimiento a su figura dentro del imaginario popular de la Nación. A medida que su figura como poeta crecía, se fue desencantando de su visión socialista, que fue dando paso a un pensamiento nacionalista con algunos matices interesantes, crítico del liberalismo, opositor al antisemitismo y alejado de las posiciones católicas. En Europa se vivía un tiempo de incertidumbre que se había instalado con la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y el fascismo italiano, mientras que en el país se sentía la crisis económica y la inestabilidad política. Lugones fue uno ferviente adherente al golpe militar que protagonizó José Félix Uriburu en septiembre de 1930, derrocando de la presidencia a Hipólito Yrigoyen.
En diciembre de 1924, en ocasión del Centenario de la Batalla de Ayacucho, Lugones pronunció una frase que quedaría en la historia: “Ha sonado otra vez en América, para el bien del mundo, la hora de la espada”. Catorce años después, en febrero de 1938, decidió quitarse la vida en una isla del Tigre, bebiendo una fuerte dosis de cianuro, acompañada por whisky. Entre los motivos se encontraban la frustración política que sufrió al ver cómo lo que creía había sido una Revolución, encabezada por Uriburu, se había convertido en un sistema conservador y tramposo, y la presión que recibía de parte de su hijo, quien condenaba la relación amorosa que sostenía con Emilia Cadelago, muchos años menor que él. Para aquel entonces, el fascismo estaba en pleno auge y pronto la Alemania de Hitler ocuparía Polonia, dejando en claro que la hora de la espada que había augurado ya sonaba en todo el mundo.
Seguramente, a la hora de hablar de escritores, poetas o literatos argentinos, los dos nombrados anteriormente encabezan todos los listados, y muchas veces se dejan olvidados a grandes artistas nacionales. Entre los injustamente ocultos, se incluye al mayor poeta del país, Leopoldo Lugones. Irónicamente, el Día del Escritor en Argentina se celebra los 13 junio, ya que un día como ese, en 1874, en Villa María del Río Seco, corazón de la provincia de Córdoba, nació Lugones.
Primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Arguello, Lugones pasó su niñez entre Santiago del Estero y Ojo de Agua, una villa con pocos habitantes de la misma provincia. Allí cursó sus estudios primarios, y ya desde pequeño se destacaba por su memoria y su gusto por la lectura. Sus padres decidieron enviarlo a Córdoba, con su abuela materna, para que siguiese los estudios superiores.
En Córdoba, Lugones dio con éxito sus primeros pasos en la vida pública, recitando su primera composición en el Teatro Indarte, dirigiendo el periódico liberal y anticlerical “El pensamiento libre”, y alistándose voluntariamente para enfrentar a las fuerzas radicales que se habían sublevado en Rosario. En 1896, se instaló en Buenos Aires y se casó con Juana González, su primer gran amor. Allí se rodeó de un grupo socialista de escritores integrado por José Ingenieros, Roberto Payró y Ernesto de la Cárcova; escribió en los periódicos “La Vanguardia”, “La Tribuna” y “La Nación”; y publicó su primer libro “Las montañas del oro”, en 1987, basado en una influencia tardía del Romanticismo Francés.
A partir del 1900, la obra de Lugones creció tanto en cantidad como en calidad, convirtiéndose así en una de las plumas más notables ya no solo de su generación, sino también de la historia Argentina. En las poesías de “Los crepúsculos del jardín”, de 1905, se acerca al modernismo hispanista y a las nuevas corrientes literarias francesas, como el simbolismo, el decadentismo y el parnasianismo. En 1916, se publicó “El payador”, que reúne una serie de conferencias sobre una de las obras más icónicas de la literatura nacional, el “Martín Fierro” de José Hernández. Para Lugones, el poema gauchesco fue el gran “Cuento Homérico de la Cultura Argentina”.
Probablemente, su carrera política sea uno de los puntos más oscuros en su trayectoria, y en parte culpable de que no se le dé el verdadero reconocimiento a su figura dentro del imaginario popular de la Nación. A medida que su figura como poeta crecía, se fue desencantando de su visión socialista, que fue dando paso a un pensamiento nacionalista con algunos matices interesantes, crítico del liberalismo, opositor al antisemitismo y alejado de las posiciones católicas. En Europa se vivía un tiempo de incertidumbre que se había instalado con la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y el fascismo italiano, mientras que en el país se sentía la crisis económica y la inestabilidad política. Lugones fue uno ferviente adherente al golpe militar que protagonizó José Félix Uriburu en septiembre de 1930, derrocando de la presidencia a Hipólito Yrigoyen.
En diciembre de 1924, en ocasión del Centenario de la Batalla de Ayacucho, Lugones pronunció una frase que quedaría en la historia: “Ha sonado otra vez en América, para el bien del mundo, la hora de la espada”. Catorce años después, en febrero de 1938, decidió quitarse la vida en una isla del Tigre, bebiendo una fuerte dosis de cianuro, acompañada por whisky. Entre los motivos se encontraban la frustración política que sufrió al ver cómo lo que creía había sido una Revolución, encabezada por Uriburu, se había convertido en un sistema conservador y tramposo, y la presión que recibía de parte de su hijo, quien condenaba la relación amorosa que sostenía con Emilia Cadelago, muchos años menor que él. Para aquel entonces, el fascismo estaba en pleno auge y pronto la Alemania de Hitler ocuparía Polonia, dejando en claro que la hora de la espada que había augurado ya sonaba en todo el mundo.
Lea la nota central de esta entrega: “Luz y tinieblas en mi familia, los Lugones”. Por Tabita Peralta Lugones
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