Por Julio Blanck
Extraño consenso: ni el Gobierno, ni el peronismo, ni los personajes que llevan y traen indicaciones e intrigas desde el Vaticano creen que haya simbolismos ocultos detrás de la fecha para el próximo encuentro del Papa y el Presidente, el 17 de octubre. Difícil creer que la Iglesia Católica –y mucho menos su jefe, de ideas peronistas– desdeñe lo simbólico, que es alimento permanente de su discurso. Pero habrá que rendirse a la evidencia, o a la suma de indicios recogidos. Creer o reventar.
“La relación del Papa con Macri está en su mejor momento”, avisa Eduardo Valdés, dirigente del peronismo y último embajador de Cristina en el Vaticano.
Valdés –viejo amigo del padre Bergoglio– había estado entre los opositores que se cruzaron duro con el macrismo después de que el gesto tan serio del Papa al recibir a Macri, en febrero, alimentó una larga serie de polémicas y reyertas equívocas, aunque construidas sobre bases reales.
Las señales de recomposición y concordia, muy fuertes en tiempo reciente, remataron con la declaración del Papa afirmando: “No tengo ningún problema con Macri, es una persona noble”. Fue la frase con que el diario La Nación tituló, hace tres semanas, la entrevista que el periodista Joaquín Morales Solá le hizo en la residencia de Santa Marta.
Esa declaración fue, si se quiere, la culminación de una doble maniobra de acercamiento entre el Papa y el Presidente. Francisco también dedicó puntuales elogios a la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y a la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, figuras oficialistas en trayectoria ascendente .
Un mojón importante en ese camino de aproximación, revelan ahora fuentes locales allegadas al Papa, fue el largo encuentro que Francisco sostuvo con la canciller Susana Malcorra, a mediados del mes pasado. Se reunieron como parte de las actividades del Programa Mundial de Alimentos de la FAO, organismo de las Naciones Unidas para enfrentar el drama global de la desnutrición, al que Francisco presta especial apoyo.
“Hablamos del país de manera constructiva y positiva, y hablamos también del mundo”, contó Malcorra. Y dijo que le había quedado claro que en el Papa no hay “ninguna animosidad hacia el Presidente”.
Por esos días había estallado el malentendido sobre la frustrada donación de 16 millones de pesos del Gobierno a la organización Scholas Occurrentes, nacida en la Argentina y extendida al mundo para difundir el ideario educativo y la acción del Papa. El asunto no fue mencionado en aquella conversación con Malcorra. Pronto se supo que el disgusto de Francisco no tenía que ver con el gesto del Gobierno sino con inconsistencias en el manejo de Scholas. “Temo que puedan deslizarse hacia la corrupción”, les dijo en una severa carta a sus directivos.
También habían ocurrido hechos de alto impacto posteriores al frío encuentro entre el Papa y Macri en febrero. Por ejemplo, la aparición de los videos de la financiera La Rosadita donde el hijo y el contador de Lázaro Báez supervisaban el conteo de millones de dólares. O el avance de causas judiciales por corrupción que involucran a ex funcionarios y empresarios kirchneristas empezando por la propia Cristina. Y justo dos días antes del encuentro del Papa con Malcorra, cayó el ex capataz de la obra pública, José López con casi 9 millones de dólares en efectivo tratando de esconderlos en un convento de General Rodríguez.
Se entiende la inconveniencia de toda vecindad del Papa y de la Iglesia con semejantes saqueadores del Estado. Y la necesidad de establecer drástica distancia respecto de la cercanía que Francisco había establecido con la ex presidenta para auspiciar –según siempre se dijo– su salida ordenada del poder.
Visto desde el ángulo sesgado de la política, altos funcionarios del Gobierno dicen que el encuentro en el Día de la Lealtad podría interpretarse como una señal del Papa en el sentido de que Macri no sería incompatible con el peronismo. Suena a explicación a medida, cuando el oficialismo sueña construirse una “pata peronista”. El problema de las explicaciones a medida es su dificultad para encajar en la realidad.
Por su lado dirigentes del Partido Justicialista dicen que la adustez del Papa al recibir a Macri en febrero podía leerse en términos de interna peronista. Macri se hizo acompañar por dos gobernadores de esa pertenencia: el salteño Juan Manuel Urtubey y la fueguina Rosana Bertone. Los dos renegaban de la conducción de Cristina y propiciaban un profundo cambio de orden en el peronismo, ya en plena ebullición tras la derrota y el abandono del poder. La frialdad de Francisco, vista así, habría tenido que ver con que “el Papa no quiso meterse en nuestra interna”. Es otra explicación a medida, difícil de sostener.
Lo real es que el almanaque tiene mucho que ver en este nuevo capítulo. El 16 de octubre será canonizado el cura argentino José Gabriel Brochero y el Presidente encabezará la delegación nacional. De hecho estará en Roma desde dos días antes, para asistir al acto en la FAO por el Día Mundial de la Alimentación.
Conocedores de costumbres vaticanas señalan que para la ceremonia de canonización se espera la llegada de numerosas delegaciones. El Papa tendría una apretadísima agenda para recibirlas a todas. Recién después de esos fastos podría ver a Macri.
Así sucedió en abril de hace dos años, y en grado irrepetible, cuando se canonizó a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II. El papa Francisco se extenuó atendiendo visitantes de todo el mundo. En la delegación argentina, aquella vez, estaban el macrista Federico Pinedo, hoy presidente provisional del Senado, y el mencionado Valdés, quien seis meses después fue nombrado embajador por Cristina.
Hoy Valdés expresa un deseo: “Ojalá que después de la reunión se anuncie que Francisco viene a la Argentina en 2017”. Todo indica que los hechos se están alineando en ese rumbo. Y esa visita del Papa es también la ilusión que alienta Macri.
Mientras espera esa posibilidad inimitable de poner a Argentina por unos cuantos días en la vidriera del mundo, el Gobierno explora otros caminos globales, por cierto menos espirituales.
El miércoles fue recibido en la Casa Rosada por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el general retirado David Howell Petraeus. Neoyorquino, de 65 años, fue director de la CIA entre 2010 y 2011, en la primera presidencia de Barack Obama. Cuando lo nombraron, el Senado lo respaldó con una votación de 94 a 0.
Petraeus es un general de cuatro estrellas. Fue comandante de las fuerzas de EE.UU. en Irak y Afganistán. Tiene una maestría en administración pública y un doctorado en Relaciones Internacionales obtenido en Princeton. Todo un cuadro.
Pero el escándalo por una relación extramarital lo obligó a dejar la jefatura de la CIA y a pedir su retiro del Ejército. Sin aspiraciones políticas, pronto consiguió trabajo en el sector privado. Hoy es director en el poderoso fondo de inversión Kohlberg, Kravis, Roberts & Co (KKR), considerado el de mayor tamaño y más agresivo entre los de EE.UU. Fue creado hace cuarenta años y desde entonces lleva unos 400.000 millones de dólares en inversiones de capital de riesgo.
En ese carácter el general Petraeus visitó Buenos Aires, se reunió con empresarios y con el Gobierno. Fue la secuela de un encuentro que el presidente Macri había sostenido con Henry Kravis, director ejecutivo de KKR, durante su reciente paso como personalidad invitada a la cumbre de magnates mundiales en Sun Valley, Idaho.
Hace menos de un mes, un artículo de la periodista Silvia Naishtat en Clarín reveló que Petraeus –virtual jefe de inteligencia institucional y financiera de KKR– había puesto a la Argentina en la lista de países elegibles para invertir. Lo hizo después de confirmar averiguaciones sobre el bajo precio de sus empresas y las perspectivas de gobernabilidad a mediano plazo.
En su entrevista con Marcos Peña, el general cuatro estrellas dejó dos definiciones que sonaron música a oídos del Gobierno: destacó el “liderazgo regional” de Macri y señaló que los cambios producidos en la Argentina en sólo siete meses “superan todas las expectativas”.
Fueron conceptos calcados de los que pronunció el presidente Obama en su visita de marzo pasado. Es la visión que tiene el mundo que le importa a Macri. Y a Macri ese tipo de reconocimiento le encanta. Pero las inversiones no siguen el ritmo de los elogios. Elogiar se elogia fácil. Poner plata es otra cosa. Así, entre la herencia kirchnerista y el futuro que se demora, el Gobierno está atravesando sus días amargos.
Y para salir de eso, en lo inmediato, no hay Papa ni general cuatro estrellas capaces de hacer milagros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario