Por Roberto Vozza
Se llamó José…y fue un emblemático personaje del futbol de la entonces Liga Cultural de Santiago. Para sintetizarlo: era “el Gordo” Ovejero que durante varias temporadas jugó de árbitro en los campeonatos oficiales hasta un poco entrada la década del 60’.
Su figura dentro de una cancha no dejaba de ser extraña y simpática a la vez. Hoy, Ovejero no podría haberlo hecho por su obesidad. Su peso corporal podria estimarselo en casi cercano a los 200 kilos. Supo contrarrestar esas características físicas tan inapropiadas para su función deportiva al saberse ubicar dentro del terreno inteligente y estratégicamente a fin de no perder el desarrollo de las acciones y actuar como tal… Pero claro, cuando habia que correr lo hacia con un trotecito corto que le configuraba a su imagen un cuadro muy gracioso.
Retacón, de bigotes, de voz engolada, aparecía enfundado con el atuendo característico de aquellos tiempos: camisa, pantalón largo y zapatillas, todo de color blanco.
Era oriundo de La Plata, y fue protagonista a la vez de una historia digna de recordar porque rescata en la sensibilidad humana de un padre sacrificado y prodigioso. Un hermoso ejemplo de amor.
Ovejero se desempeñaba empleado público en su ciudad natal donde estaba también vinculado al futbol en una liga local. Y un día llegó al seno del hogar un hijo varón que acusa de nacimiento un espasmo por sufrimiento de parto; dolencia irreversible que ponía en peligro inminente su existencia. Se llamó “Panchito”.
Ante la gravedad del cuadro del recién nacido, los médicos le indicaron la posible receta a una sobrevida del niño: llevarlo a vivir a un sitio de clima seco. La opción fue entonces, Santiago del Estero por reunir entonces esas características.
El “Gordo” supo contar esta historia a quien hoy la escribe.
“Me aconsejaron Santiago y no dudé en cargar a mi hijo y sin nada instalarme alli en procura de mejorar su salud. Mi primera residencia fue la habitación de una pensión… Estabamos los dos solos. Al comienzo no conocia a nadie. Yo lo bañaba, cambiaba, lo alimentaba a biberón y ponia todo mi celo extremo por cuidarlo. Pero claro, los recursos economicos empezaron a escasear al poco tiempo y debí sumar una nueva preocupación: cómo conseguirlos”.
Fue asi que en el marco de la habitual y pronta vinculación con los santiagueños cercanos, Ovejero salió a la calle a vender lotería. Panchito, mientras, acusaba una mejoria sensible en su salud y quedó al cuidado de una persona mientras su padre buscaba el sustento diario.
Cuando la situación marcó un sensible progreso, el “Gordo” alquiló una casa, pudo traer al resto de la familia para radicarse definitivamente en Santiago y ayudarse económicamente con lo que el futbol tambien le proporcionaba.
Con los años, “Panchito” mostrando no obstante las visibles secuelas de su enfermedad, se hizo igualmente vendedor de lotería. Con su padre pasaron a convertirse entonces en caracterizados personajes del centro de Santiago en esa gestión laboral ambulatoria, actividad que centralizó sus vidas por siempre.
Un dia cualquiera de ese tiempo, el “Gordo” falleció… y no mucho tiempo después se iba también “Panchito” quien no pudo emocionalmente sostenerse con la perdida de aquel ser que tanto se sacrificó con el por haberse sentido indisolublemente unidos en la vida.
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