A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

viernes, 18 de mayo de 2012

SCHOKLENDER: TENIAMOS ARMAS DE TODO TIPO


Por:                             TERCERA NOTA

 Hebe de Bonafini lo visitaba dos veces por semana, le llevaba sus platos a la cárcel; hacia 1993 lo convenció de que podía tener una vida afuera –y Sergio Schoklender pidió los beneficios que le correspondían: primero empezó a salir durante el día y por fin, en 1995, tras más de 14 años de cárcel, con dos tercios cumplidos, volvió a la libertad. Entre los informes que lo ayudaron a salir estaba el de la doctora Viviana Sala; tiempo después se casarían.
   –¿Y en esos primeros encuentros con Hebe alguna vez hablaron del parricidio?
   Le pregunto, ahora, tono grave: si él, preso por matar a sus padres, habló de su delito con esa mujer que el mundo conoce por su búsqueda de los asesinos de sus hijos. Schoklender baja la voz, baja la cabeza: estoy pasándome algún límite.
   –No.
   Dice, y no dice nada más. Hay un silencio. Yo le digo que él sabrá mejor que nadie que resultaba muy extraño ese encuentro entre alguien que peleó por sus hijos con alguien que mató a los padres, y él repite como si no me hubiera oído:
   –No, nunca. Nunca fue un tema que habláramos. Jamás me lo preguntó.
   –¿Y vos qué pensás?
   –Nada, no tenía que ver con eso. Tenía que ver con que se encontraba con alguien en quien podía confiar. Que ponía todo lo que tenía al servicio de ella, que le explicaba las cosas, que trataba de darle coherencia a un discurso muy lleno de baches. Y así ayudé a construir un mito, a sostener un mito. Y bueno, después los mitos se te caen encima. Los ídolos tienen pies de barro y siempre se caen; el problema es cuando se te caen encima.
   Dice, amargo. Pero, para eso, entonces, todavía le faltaban quince años.

   Cuando salió de la cárcel, Sergio Schoklender se transformó en el ladero más persistente, más inesperado, más criticado, más fiel de Hebe Pastor de Bonafini. Su actuación con las Madres de Plaza de Mayo produjo ciertos conflictos –discusiones, gente que se fue– pero también, dice, muchos beneficios.
   –En el libro escribís que el proyecto que llevaban adelante con las Madres “era revolucionario. Nuestro objetivo era la revolución, la única salida lógica era la lucha armada”, decís. “En la universidad guardábamos de todo”.
   –Ah, de todo. Sí, era impresionante. Teníamos de todo.
   –¿Qué es de todo?
   –Armas de todo tipo, pistolas, ametralladoras, granadas, plástico, lo que pidas. Visto ahora es un delirio; visto en plena época del menemismo era la única salida lógica: había que generar una resistencia. Ubicate en pleno menemismo, con toda la impunidad que tenían. Me acuerdo del lugar donde teníamos guardadas las cosas, que era un pozo en el sótano de la universidad: la ubicación precisa la conocíamos dos o tres compañeros y Hebe, y nadie más.
   –¿Y si alguien le preguntara a Hebe si eso es cierto, ella diría que sí o que no?
   –Nooo. Ella de eso no se va a hacer cargo ni abajo del agua… Y fue un problema enorme que, cuando se arma esta alianza con el kirchnerismo, hubo que sacar todo.
   Dice, y recuerda el momento en que Hugo Chávez fue a ver a Bonafini a la sede de las Madres y le dijo que el comandante Fidel le pedía que apoyara a este presidente nuevo, casi desconocido, de quien ella había dicho, poco antes, que era “la misma mierda que todos los demás”. Y cómo ella lo escuchó y le ordenó que pidiera una audiencia en la Rosada y cómo quedó prendada por la acogida de Néstor y Cristina, y cómo todo cambió tanto desde entonces. Todo, tanto.
   –Y sí, hubo que desarmar una estructura en la que habíamos estado trabajando, en la que muchos compañeros habían puesto muchas expectativas.
   A partir de ese momento, las Madres de Plaza de Mayo –y, sobre todo, Hebe de Bonafini– empezaron a tener un lugar destacado en la liturgia oficial: no había acto o acontecimiento importante que no la tuviera como invitada de honor. Las Madres fueron una instancia de legitimación que el gobierno nunca desdeñaba.
   –¿Pero había un plan militar? ¿Cuál era?
   –La idea era mandar compañeros a formarse con las Farc en Colombia, con los zapatistas en Chiapas, y que después esos compañeros pudieran venir con alguna formación y comenzar un trabajo, digamos, foquista en algún lugar. Ese era el único modelo posible, no veíamos otra salida. Era impensable que el país se iba a recuperar en ocho años, quién se podía imaginar eso.
   Yo le digo que no lo sabía, que nunca lo habría imaginado. Y que siempre me intrigó –y lo he escrito varias veces– que ningún deudo de las víctimas de la dictadura haya intentado la venganza: que la Argentina estaba llena de asesinos sueltos y que finalmente no habría sido tan difícil atacar a alguno, y que por eso me había sorprendido menos cuando leí que él, Sergio Schoklender, había planeado el secuestro de Massera.
   –En 1999, 2000, teníamos todo preparado para ir a secuestrarlo: le habíamos hecho inteligencia, sabíamos cómo se movía, por dónde, teníamos todo preparado. Mi fantasía era hacer algo muy parecido a lo que después fue esa película, El secreto de sus ojos, ¿no? Lo agarrábamos y se perdía, nunca más. Yo quería que el enemigo recibiera el mensaje de lo que significaba la desaparición, que supiera cuál era la sensación de estar desaparecido, que nadie sepa si alguien está o no está, si vive, si está muerto. Decirles esto es lo que hicieron. Y encima a Massera, que era tan emblemático. Pero ahí Hebe se opuso, y al final se demostró que tenía razón, la historia le dio la razón. Después las leyes de impunidad se derogaron, un montón de milicos están presos y procesados. Pero en esos años era impensable que eso sucediera en la Argentina. Y ese viraje fue gracias a Néstor. Visto desde ahora me pregunto si, en el caso de que algunos de estos grupos delirantes, incluso el nuestro, que no pasó de ser un embrión, hubieran llegado a hacer algo, si eso no habría debilitado la posibilidad de un cambio institucional tan profundo como el que hubo.
   Dice, reflexivo, y le digo que más me sorprendió que, en su libro, cuente cómo, en los años noventas, cuando se quedaban sin plata para pagar el funcionamiento de las Madres, “salían a recaudar”:
   –Sí, cuando teníamos que salir a recaudar, salíamos a recaudar como en los viejos tiempos.
   Dice, marcando las palabras, con un amago de sonrisa.
   –¿Qué querés decir? ¿Cómo eran los viejos tiempos?
  –Y, choreo. En negocios, en supermercados más bien. Tratábamos de que fuesen lugares que representaran más la concentración oligárquica, no la farmacia de la esquina.
   –Pero nunca firmaron sus acciones.
   –No, no. No, porque era temprano.
   –¿Temprano?
   –Sí, era temprano para que saliera a la luz una organización que no tenía un referente político todavía.
   –A mí me impresionó leer que habías escrito eso. ¿Te imaginás los títulos de mañana o pasado: “Las Madres de Plaza de Mayo se financiaban con plata de asaltos a mano armada”?
   –Pero es verdad.
   Dice Sergio Schoklender, como si eso fuera todo y, por un momento, tiene una rara candidez en la mirada.
   –Es verdad. Hebe lo dijo una vez en la Plaza, hace unos meses, cuando estaban los trabajadores que le reclamaban los sueldos les dijo vayan a reclamarle a Shocklender que se robó todo. Después a la semana siguiente, cuando volvieron a reclamar, les dijo yo no voy a salir a robar como Shocklender para pagarles el sueldo.
   –Pero todos entendimos que lo que estaba diciendo era que le habías robado a ella, no que habías robado para ella…
   –No, no, dijo yo no voy a salir a robar como Schoklender para pagarles el sueldo. Está bastante claro.
   –¿Vos decís que estaba hablando de esas acciones?
   –A ver… Con ella era: Hebe conseguimos la plata; bueno, yo no pregunto, no me digas nada. Pero habíamos hablado y acordado explícitamente que si algún día me pasaba algo, ella no tenía que saber nada y se tenía que despegar.
   –¿Y por qué salís a decirlo ahora?
   –Porque creo que es justo. Primero porque estoy pagando el haber sostenido un mito y estoy tratando de reparar algunas cosas. Porque creo que hubo muchos compañeros que se jugaron durante años para sostener esta estructura que ahora la hizo mierda, la destruyó, no quedó nada. Nos jugamos muchos por las Madres y por Hebe, pusimos el pecho en serio, no a medias.
   Sergio Schoklender piensa, busca las razones –que debería haber definido de antemano. Yo le pregunto si, al decir esto, no se está autoinculpando: si no puede aparecer un juez que diga bueno, este señor dice que salió a robar, voy a investigarlo. Él me mira como si no lo hubiera imaginado y me dice que no, apenas displicente, casi cool:
    –Naaa. Primero tendría que encontrar un hecho concreto… y además ya está prescripto.
   –Quizá. A mí me pareció raro, como que te ponías en un lugar de mucha exposición, de cierta fragilidad al decir eso.
   Entonces me mira con curiosidad, como quien ve de pronto algo, arquea las cejas, pita, sopla:
   –Bueno, hay un montón de cosas que puse en el libro y después a la noche pensando me decía uy, esto mejor no lo hubiese dicho… Pero ya está, está ahí, y forma parte de la verdad y forma parte de mi vida, casi 16 años entregados ahí.
   Y es entonces cuando me dice que sí, que quizá no tendría que haber dicho eso y se queda pensando y parece que está diciendo la verdad. Todo es posible.

   Hace dos años, Miguel Russo le preguntó a Hebe Pastor de Bonafini “cuál era la persona más maravillosa que había conocido representando a las Madres por el mundo”. Y ella le contestó que “Evo Morales, impresionante, nadie sabe lo que es capaz de hacer. Y después, al lado de nosotros, Sergio Schoklender, un tipo entregado cien por cien a la tarea. El día, para él, tiene 30 horas, y todas laborables. Alguien que nunca quiere nada para él.” Alguien que nunca quiere nada para él, decía, subrayaba. Y contaba que, después de conocerlo en la cárcel “empecé a quererlo como un hijo, lo traje a vivir acá, a mi casa. Y es una máquina de trabajar, a la que se suma una inteligencia sin igual. Él hizo el proyecto Sueños compartidos que el gobierno tomó como propio. Estamos a punto de firmar el convenio con todas las provincias, porque nosotros no tenemos plata, entonces el gobierno tomó el proyecto pero nosotros lo que le pedimos es que sea como queremos nosotros, con escuelas, con comedores, con jardines maternales pero con gas, luz, agua y cloacas, porque no se puede construir un barrio para que esté como antes. Ya lo estamos haciendo en Tartagal. Y eso es toda una idea de Sergio”, decía, en marzo de 2009, Hebe de Bonafini.
   Y, en esos días, Jorge Fontevecchia le preguntaba a Schoklender cómo definiría su relación con ella: “Es como una madre para mí: me cocina, me reta si no como, si le desordeno, si no me cuido”, dijo él. “Y además es una relación muy particular porque, junto con todo el afecto, te baja línea política desde que te despertás hasta que te acostás”.
   

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