A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

miércoles, 16 de mayo de 2012

SERGIO SCHOKLENDER DESTAPO LA OLLA


Por:                                                      PRIMERA NOTA
Esto es, sin duda, un despropósito. Es probable que no haya habido, en este sistema bloguero, muchas entradas/posts de este tamaño. Pero su largo –unas 25 carillas– es una de las razones por las cuales decidí publicar esta entrevista en este lugar. Solemos creer que internet exige textos cortos; no nos paramos a pensar que internet permite, entre tantas otras cosas, textos del tamaño que cada cual decida. Quizás éste sea un exceso, o quizás haya lectores todavía, gente a la que no le asusten unas cuantas páginas si les cuentan algo que les interese.
Por otro lado, no quería publicar este relato de una larga tarde con quien es, para muchos argentinos, la encarnación del Mal, en un medio argentino: su sentido habría cambiado mucho. Virtuales, extraterritoriales, estas líneas son un intento de presentar a uno de los personajes más y menos conocidos de mi país: Sergio Schoklender, el parricida, el preso, el extremista, ahora el estafador. Para los argentinos es un modo de profundizar en una historia muy cercana; para españoles y otros latinoamericanos, una buena aproximación al paisaje de la Argentina actual.
A lo largo de esa tarde Schoklender me dijo muchas cosas que me sorprendieron. Aquí están sus relatos de cómo roba el Estado argentino, de cómo las Madres de Plaza de Mayo se financiaron con asaltos, de cómo los medios se venden a los políticos, de cómo Cristina Fernández abandonó el proyecto Sueños Compartidos, entre otros. Si alguien –algún medio o persona– quiere reproducirlos es libre de hacerlo; solo le pido que cite la fuente, o sea: que diga de dónde los sacó.
Para quienes prefieran bajarlo y leerlo off-line o imprimirlo –que de todo hay en la viña del señor–, hay una versión en pdf aquí mismo.
Heb::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::          Entonces él dijo que quizá no tendría que haber dicho eso, y parecía que estaba diciendo la verdad. Yo lo creía; me sorprendió que él también creyera que no tendría que haber dicho eso. Fue un momento fuerte: como de quien, hablando, entiende algo. No es lo que suele pasar en una entrevista pero, para entonces, ya llevábamos más de dos horas de palabras, de miradas cruzadas, de cafés.
   –No te preocupes. Yo sé que uno no siempre llega cuando quiere.
   Me había dicho Sergio Schoklender cuando aceptó, en la puerta de su casa, mis disculpas por la demora. Yo me había perdido: su casa –o su es casa– está detrás del cementerio, en una calle que no conocía. A él tampoco, pero fuimos amables: nos dimos la mano y me invitó a pasar:
   –Bienvenido a la casa de mi ex mujer.
   La casa de su ex mujer, que construyeron juntos hace unos años, es, para empezar, un paredón sin historia en una calle legañosa de Chacarita y, detrás, tres pisos de un arquitectura moderna, a la moda, con ese aire brishoso, inquieto de tan quieto, que tienen los lugares más decorados que vividos.
   –Ahora gracias al juez Oyarbide estoy viviendo otra vez con ella.
   Dice Schoklender. El juez Oyarbide, el que atiende su causa, es una de sus bestias negras: ya tendrá tiempo de hablar, largamente, de él, de sus excesos, de los videos con que lo chantajean. Mientras tanto me explica que, como tiene todos sus bienes embargados, su ex mujer lo acogió por un tiempo en la casa, y que siempre tuvieron una buena relación y a veces se iban de vacaciones juntos y que tienen a Alejandro, su hijo de 12, que los une y que estaban distanciados porque él viajaba mucho y por esas cosas de la vida pero que ahora esas mismas cosas los reunieron y que por culpa de ese juez no tiene un centavo y corre la coneja y tuvo que vender, en estos días, su saxo y su moto.
   –Moto y saxo tenor: la juventud, de algún modo.
   Le digo y él me dice sí, la juventud, sonríe. Sergio Schoklender ya tiene 53 años, y ahora estamos en el tercer piso de la casa, el play room, a punto de sentarnos: las sillas son unos bancos como de bar muy altos; hay que sentarse encima y accionar una palanca para que los bancos bajen a la altura de sillas y nos permitan sentarnos junto a una mesa enorme, muy pulida. Sobre la mesa, solo su laptop y el brillo de una madera poco usada. Schoklender me pregunta si no quiero un café. Yo quiero y le pregunto cómo definiría su situación actual y me dice, con un tono muy suave, muerto en vida.
   –¿Cómo?
   –Muerto en vida.

   Repite, e intenta una risita pero tose.
   –Que ahora soy un muerto en vida. Digo, en este momento llevo ya seis meses imputado, inhibido, sin poder trabajar, con todos los bienes congelados, las empresas trabadas, las cuentas bancarias bloqueadas en una causa que ya es un disparate interminable que nadie lo puede desarmar. Armaron una hipermegacausa de 120 cuerpos, más 37 equipos informáticos que hay que bajar, 96 imputados, 140 empresas investigadas. Es una cosa que nadie puede sostener. Así que me vine a vivir con mi ex esposa, porque estoy en la calle. Ahora soy, cómo decirlo, un mantenido.
    Su ex esposa, Viviana Sala es médica psiquiatra y Schoklender la conoció en la cárcel, cuando ella fue a hacerle unas pericias. Después se casaron, tuvieron un hijo, se divorciaron y conviven y él insiste en que ella es muy buena, rebosante de títulos, repleta de pacientes, “especialista en psicooncología, psicofarmacología, con maestrías que no se pueden ni nombrar”, y que ahora viven de lo que ella gana y que ella también está incluida en la causa de Oyarbide y que a ella también la amenazaban.
   –Cuando empezó toda esta historia me volvieron loco. Era cosa de llamados telefónicos, coches parados en la puerta, en la esquina. De llamarme y decirme sabemos dónde estás, sabemos qué estás haciendo, tu hijo sale a tal hora del colegio y va a tal y tal lugar. Así todo el día.
   –¿Y quién era?
   –Gente de la SIDE, de los servicios de inteligencia y todo ese enredo que estaba alrededor de Aníbal Fernández.
   Dice, y que desde que Fernández, el penúltimo jefe de gabinete, ahora en desgracia, empezó su caída, las amenazas se volvieron más raras: ahora se paró el tema, dice, pero nos hiceron la vida imposible durante un tiempo largo.
   –¿Y cómo te afectan las amenazas?
   –Bueno, te podés imaginar que estando con Hebe las amenazas eran lo habitual. Nunca les dimos mucha importancia. Después el hecho de exponerte en primera plana de todos los medios como el tipo que estafó a las Madres… no podía sonarme la nariz que el tipo que pasaba por la vereda me puteaba.
   –¿Y tomaste alguna medida?
   –Somos un poco más… mi hijo no va ni viene solo del colegio, estamos atentos ante cualquier cosa rara, pero tampoco nos enloquecemos. No podés vivir sino. Ni tengo plata para poner custodios ni los pondría. Ya de chico me tocó vivir eso, ahora no lo haría.
   Schoklender habla seguro, como quien sabe qué decir: habla seguro pero fuma. Fuma sin parar, un negro tras otro, y las manos, por momentos, le tiemblan en el encendedor, el cigarrillo, y dice que en las últimas semanas incluso lo borraron de los medios, que durante un tiempo lo tenían todos los días en la tapa, que ni que fuera la guerra de las Malvinas, dice, y de pronto más nada:
    –¿Y vos dónde pensás que vas a publicar esta entrevista? No va a ser tan fácil…
   Schoklender trabaja mucho con la prensa. Cuando estalló su conflicto con las Madres eligió los medios con los que habló –empezó por Clarín, gran enemigo del gobierno– y lo que iba diciendo: regulando el tono del enfrentamiento. Y la sigue usando: hace unos días estuvo en un programa de televisión contando viejas historias de su juez, Norberto Oyarbide, con taxi boys, prostíbulos, sobornos: apretándolo, para decirlo amablemente.
    –La realidad es que Oyarbide es la antítesis de lo que debería ser un juez en una república: un lacayo al servicio del Poder Ejecutivo, que le manda todas las causas que a le interesan.
   Schoklender trabaja mucho con la prensa: después, durante las horas que dure esta entrevista, más de una vez me voy a preguntar por qué me habla: qué dice, a quién lo dice, por qué yo.

    Sergio Schoklender no es muy alto ni muy gordo ni muy flaco, ojos chiquitos entornados, labios finos, una de esas barbas de cinco días que ya no son un azar del momento sino una forma laboriosa de detener el tiempo. Sergio Schoklender tiene una remera –de esas que mi tía Pechuche habría llamado chomba– azul con rayitas blancas y amarillas, un bluyín, anteojos de marco negro angosto y un reloj cuadrado, grande, que le ocupa demasiado de muñeca; las uñas, en cambio, están muy bien cuidadas, dedos cortos.
   –¿Y cómo fue que decidiste escribir este libro?
   Porque la excusa de todo esto es ésa: un libro. Está por salir un libro suyo, Sueños postergados, que debería contar la otra versión de los escándalos del invierno pasado. Por ese libro, supongo, Schoklender me recibe esta tarde; por ese libro diarios y revistas van a volver a ponerlo en sus portadas.
   –¿La verdad? ¿La verdad absoluta?
   –Si se puede elegir…
   –La verdad es que me pagaban un anticipo que nos venía muy bien porque estábamos sin un peso. Esa es la pura verdad. Una cuestión puramente económica. No es el libro que hubiese querido. A ver, es un libro que responde a una coyuntura política muy particular, a un requerimiento de la editorial. El libro que yo hubiese querido es un libro de más anécdotas, más rico en análisis político, el momento que se está viviendo en el mundo. Pero este fue el libro que me permitieron escribir en muy poquito tiempo y que me permitió decir algunas cosas que creo que había que decirlas. Pero el motivo principal fue la plata.
   Supongo que es su estilo: el que lo hace particular, interesante. Muy poca gente diría que escribe un libro –donde cuenta cuestiones más que delicadas– por la plata. Aunque muchos lo hacen, aunque muchos pudieran sospecharlo; se supone que nadie dice nada que lo desprestigie mientras pueda evitarlo. Así que dirían que necesitaban sacárselo de adentro, que el pueblo tenía que saberlo, que se lo debían a la memoria de los dinosaurios; no que lo hacen por la plata. Es un estilo: honestidad brutal, digamos. Pero, de algún modo, Sergio Schoklender lleva muchos años dando la impresión de que ya no tiene nada que perder.

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