A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

jueves, 16 de agosto de 2012

"TROPEZAMOS DE NUEVO CON LA MISMA PIEDRA


Siempre se habló de un supuesto Operativo Aries, sobre el que finalmente se habría montado el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Según los comentarios, este plan no hacía referencia a golpe alguno o toma de poder. Consideraba, eso sí, los cursos de acción ante una grave emergencia nacional. En los últimos días, al reflotar SOMOS algunos de los detalles sobre cómo se ejecutó el movimiento militar, la pregunta fue llevada ante altos jefes militares que participaron en él. Ninguno lo recordó específicamente. Pero Aries bien pudo ser la clave de una fecha tope: este signo del zodíaco empieza el 21 de marzo.

Según el relato de uno de los ministros del último gabinete de Isabel Perón, el 18 de febrero el jefe de la SIDE, general Otto Paladino, le informó a la Presidente que si no presentaba la renuncia el golpe era inevitable. Entonces Isabel Perón consultó a su ministro de Defensa.
—Vea doctor, no voy a renunciar aunque me fusilen porque mi renuncia significa la división, la dispersión del movimiento peronista. No voy a hacerlo porque eso sería claudicar y traicionar el legado que me dejó Perón.
—Señora, es lo que compartimos sus ministros, respondió Deheza.
Al poco rato se sumó a la reunión el ministro Roberto Ares.
—La renuncia no significa nada y es la división del peronismo. Luder va a durar poco tiempo. No. No se puede renunciar.
Se resolvió reunir el Consejo Nacional de Seguridad, integrado además de los ministros por los comandantes y los titulares de las dos cámaras del Congreso. "He convocado a este Consejo de Seguridad Interna para tratar temas importantes sobre la lucha contra la subversión, pero antes debo decir, ante versiones políticamente interesadas que continuaré en el ejercicio del mandato que me ha conferido el pueblo de la Nación hasta la finalización del término fijado por la ley y lo haré porque así lo impone una responsabilidad histórica ineludible: el deber de evitar la dispersión de las fuerzas populares que, de no ser así, buscarían la defensa de sus conquistas y esperanzas en la izquierda marxista", declaró Isabel Perón. Después se trataron los temas antisubversivos.
Mientras tanto, a esa misma altura de los hechos, en la cúpula militar se pensaba que la muerte de Perón marcaba ineludiblemente el fin de un ciclo político. A juicio de las máximas jerarquías se abría a partir de ese hecho un dramático interrogante sobre el rumbo que podría tomar el país de ahí en adelante. Ese interrogante, ante la presencia de la creciente actividad terrorista, prendía interminables luces rojas en los análisis de los comandos. "Era visible que el gobierno no tenía apoyo en las Fuerzas Armadas. Lo acepto. Pero también eran visibles sus notorios disensos internos", consideró días atrás ante SOMOS un ex alto jefe militar. Y otro alto oficial que participó en el golpe de marzo de 1976 confió: "Casi le diría que algunos de los que más venían a apurar, eran gente del propio partido gobernante".

El miércoles 3 de marzo el senador Luder se sentó a la derecha de Isabel Perón en la mesa del despacho presidencial. Del otro lado sé ubicaron los ministros Deheza y Ares.
—Lo he convocado, doctor Luder, para saber qué determinación va a tomar respecto del pedido de citar a Asamblea Legislativa.
El vicepresidente primero del Senado empezó entonces a abordar el problema desde la óptica constitucional. La Presidente lo interrumpió:
—Lo que quiero saber, simplemente, es si va a o no a hacer lugar al pedido.
—Yo subí con Perón y voy a caer con él —respondió Luder—. Hoy mismo voy a anunciar el rechazo.
El golpe ya estaba en plena marcha. Y la alternativa Luder que en algún momento habían propiciado algunos sectores de dentro y fuera del gobierno, era caso cerrado a esa altura de los hechos. 

El golpe debía darse el Día D, a la Hora H. Inicialmente ese día D se fijó dentro de la segunda quincena de febrero. Pero luego fue postergado sucesivamente.
Las razones sólo las conocen los comandantes Videla, Massera y Agosti. Pero una de ellas bien pudo haber sido la incorporación de los nuevos conscriptos. Por entonces los riesgos de huelgas de desobediencia civil ante el golpe estaban prácticamente descartados. En el Estado Mayor se había hablado con algunos gremialistas y además la poderosa UOM tenía conflictos aislados en varias fábricas. Alguna vez se comentó que el propio ministro de Defensa había dicho en una de las tantas reuniones que mantuvo con los jefes militares:
—Ya sabemos. Algunos hombres, entre ellos algunos sindicalistas que no voy a nombrar están yendo al Estado Mayor. Pero algunos primero pasan por ahí y después vienen por acá y nos cuentan cómo son las cosas. Las comisiones militares empezaron activamente sus contactos con los civiles a partir de los primeros días de febrero. Por eso, cuando Isabel Perón reestructuró el gabinete hacía rato que la moneda estaba en el aire. "Puedo asegurarle —dijo a SOMOS un alto oficial retirado —que ya era todo demasiado tarde. Había mucha gente civil comprometida y no se podía dar marcha atrás. Por otro lado las causas que habían decidido la determinación seguían vigentes. Porque yo me acuerdo que más de un coronel me preguntó si seguíamos adelante o había que esperar un poco más. Y la respuesta era siempre la misma: los motivos subsisten. No hay cambios". Algo que había irritado a algunos mandos militares había sido el decepcionante eco que habían tenido los pedidos de asistencia crediticia que el país había presentado ante la banca internacional.
A principios de enero en las playas de Punta del Este se rumoreaba un nombre: José Alfredo Martínez de Hoz. Ya había sido detectado su encuentro con los altos mandos. Pero no había nada definido ya, según la confidencia que hizo días atrás a SOMOS uno de sus más íntimos colaboradores. Y lo cierto es que Martínez de Hoz en enero estuvo cazando en Sudáfrica.
El 12 de marzo Martínez de Hoz lo llamó a Juan Alemann y le confió que el general Videla le había hecho el ofrecimiento. El 17 de marzo, el plantel que luego manejaría durante cinco años las riendas de Economía, estaba ya casi integrado. Sólo faltaba llenar el cargo de presidente del Banco Central. Juan Alemann sugirió el nombre de Adolfo Diz, que fue una de las llaves principales con las que Martínez de Hoz consiguió abrir las puertas de la banca internacional. Diz, entre otras funciones, había estado en los máximos escalones del Fondo Monetario Internacional y tenía tal vez la mejor y más nutrida cartera de contactos con la banca internacional. Del 17 al 24 de marzo, el equipo Martínez de Hoz trabajó a full en las oficinas de Corrientes 545. Las dos medidas principales que aplicaría luego en su gestión no estuvieron taxativamente incluidas en el plan que Martínez de Hoz presentó a los comandantes: la reforma financiera y la apertura arancelaria.

El 20 de marzo los médicos del Hospital Militar Central recibieron una orden: "Chequear a los internados y dar el alta a todos aquellos que estén en condiciones de abandonar el establecimiento. En las próximas 48 horas debe haber la mayor cantidad de camas disponibles. Atención de terapia intensiva y primeros auxilios. Alertas para una emergencia"'. El 23, el director del hospital Jorge Curuchet Ragusin, convocó a los médicos para las últimas horas del día: 
—Es muy probable que esta noche pase algo serio. Todos, sin excepción, deben entrar de guardia a las siete de la tarde. Y la guardia no se levanta hasta nuevo aviso.
El 22 de marzo ya la suerte estaba echada irreversiblemente. Pero el gobierno no lo sabía. En el comando, ante los altos mandos, Videla había comunicado la fecha del Día D: 
—Señores, la fecha es el 24. La Hora H coincidiría con el momento en que Isabel Perón fuera detenida. Deheza, tras la reunión del gabinete había citado a su despacho a los comandantes para las 10 de la mañana del 23. Hubo una primera reunión que duró hasta exactamente la una y un minuto del mediodía. Los jefes militares se retiraron diciendo que lo tratado hasta ese momento iba a ser puesto en conocimiento de las respectivas fuerzas. A esa hora Isabel Perón almorzaba con los sindicalistas Lorenzo Miguel, Rogelio Papagno, Amadeo Genta —el único directivo de la CGT que estuvo presente— y el ministro de Trabajo, Miguel Unamuno.
Después del almuerzo los sindicalistas salieron de la Casa Rosada y se encaminaron hacia el Ministerio de Trabajo. Unamuno había convocado a los secretarios generales de todos los gremios para evaluar la situación. A las siete de la tarde los tres comandantes volvieron al despacho del ministro Deheza. Los trascendidos de la época aseguraron que allí el gobierno jugó lo que pensó que era probablemente su última carta: una serie de concesiones. Habría ofrecido cuatro ministerios (Interior, Bienestar Social, Justicia y Defensa) y la injerencia directa de los jefes de las tres armas en una junta asesora de gobierno con poder de veto sobre las decisiones presidenciales. Se dice que hasta se habló de la disolución del Congreso. Hoy se sabe que esas concesiones, ciertas o no, eran inútiles.
Según el testimonio del ministro Deheza, al finalizar la reunión Videla dijo: 
—Son tan serios los argumentos que usted ha hecho acá que yo le pido que concurra mañana al Edificio Libertador a mediodía para que los repita ante la reunión de generales que voy a convocar. A las diez y veinte Deheza fue a ver a la Presidente y le relató todo lo tratado. Le dijo, además, que le parecía ver en Videla cierta receptividad. Entonces la Presidente le dijo: 
—Llámelo.
—Si no viene quiere decir que el golpe está dado —reflexionó en voz alta el ministro.
—Doctor, creo que esta noche nos dan el golpe.
Isabel Perón le pidió que explicara brevemente lo que había conversado con los comandantes a la reunión ampliada de gabinete que había convocado. Sentados a la mesa del despacho presidencial estaban, además de los ministros, Deolindo Felipe Bittel, vicepresidente del Partido Peronista, Lázaro Roca, secretario general, el gobernador de Santiago del Estero, Carlos Juárez,y los titulares de las dos cámaras del Congreso, Ítalo Argentino Luder y Nicasio Sánchez Toranzo. Deheza se limitó a enunciar que la gravedad del momento simplemente estaba marcada porque el gobierno había estado hablando de golpe con los propios comandantes. Lo positivo era la reunión que había prometido Videla.
—¿Usted cree que mañana seguirán las tratativas? —preguntó Augusto Saffores, ministro de Justicia.
—No tengo una división de tanques bajo mi mando para asegurárselo —respondió Deheza, sugiriendo así claramente que todo dependía del comandante. En ese momento se sumó a la reunión el ministro del Interior. Ares venía de cenar con el general Albano Harguindeguy, jefe de la Policía Federal, quien —así lo dijo a sus colegas el ministro Ares— le había confiado que las conversaciones seguirían al día siguiente. Alguien alzó la voz para denostar la imposición militar y desató una serie de comentarios desordenados, que la Presidente cortó de cuajo: 
—Aquí y ahora no caben los reproches. Hacia las once de la noche la Presidente dio por terminada la reunión diciendo que continuaría al día siguiente. Los sindicalistas que habían estado al mediodía también habían participado en la reunión de la noche. Nuevamente se dirigieron al Ministerio de Trabajo, donde los secretarios generales de los sindicatos seguían en sesión permanente. Isabel Perón se quedó un momento con Deheza y Julio González. Alguien le aconsejó: "Por qué no se queda en la Casa Rosada". Ella lo desechó: "No. No. Me voy a ir a Olivos". Y se encaminó hacia el helicóptero.
Los gremialistas estaban informando a sus pares cuando apareció sorpresivamente Carlos Campolongo, asesor de Osvaldo Papaleo, secretario de Prensa, para comentar que fuerzas militares le habían
impedido entrar a la Casa de Gobierno.
Casi simultáneamente un periodista amigo del ministro habló por teléfono:
—Déme con el ministro.
—No puedo. Está reunido y no lo puede atender.
—Dígale a Miguel —dijo cortante como para que el interlocutor se diera cuenta que le hablaba alguien de confianza— que me atienda rápido porque tengo algo urgente. . . Han detenido a la Presidente
en pleno vuelo y parece que la llevan al interior del país.
—¿Qué más tenés? —salió por el auricular la voz ansiosa de Unamuno.
—Eso es todo lo que tengo.
Alguien propuso una huelga general. Era tarde, si ya habían detenido a la Presidente, lo más probable era que las tropas estuvieran en camino hacia el Ministerio.

A la medianoche del 23 en los cuarteles se verificaban los dibujos geométricos en clave que llevarían los vehículos militares y también los que sin otra identificación estarían involucrados en los operativos que seguirían inmediatamente al momento de la detención de Isabel Perón. Como símbolos no significaban nada especial. Eran simplemente contraseñas. La Presidente subió al helicóptero rojo y blanco exactamente a las 0.49 del miércoles 24 de marzo. Junto a ella iban Julio González, el secretario técnico de la Presidencia y Rafael Luisi, jefe de la custodia. Cuando Isabel Perón partía en helicóptero, también salía toda la caravana de autos oficiales. Era una medida de precaución. A alguien le llamó la atención inmediatamente la descordinación que se notaba esa noche entre el helicóptero y el auto.
Cerca del Aeropuerto el piloto advirtió: —Asegúrense los cinturones. Tenemos un pequeño desperfecto. Voy a bajar en el Aeroparque.
El equipo que los comandos habían designado para planificar y ejecutar la detención de Isabel Perón estaba integrado por el general José Rogelio Villareal, el contraalmirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Arturo Lami Dozo. La mejor alternativa era la del Aeroparque. Si la Presidente se hubiera quedado en la Casa de Gobierno o hubiera ido en auto a Olivos, los tres jefes militares se habrían presentado para comunicarle su destitución, esperando que Isabel Perón no ofreciera resistencia apelando a los Granaderos. Pero la detención iba a efectuarse de todos modos. Para eso ya estaban alertadas las tropas de Palermo (destino, Casa Rosada) y de Campo de Mayo (destino, Olivos). Isabel Perón bajó del helicóptero y siguió a los hombres uniformados que la conducían hacia el despacho del jefe de la base aérea. Un oficial le abrió la puerta de entrada al despacho. En el preciso momento en que puso un pie adentro de la oficina, Julio González y Rafael Luisi fueron reducidos. La Presidente, que algo sintió, cruzó todo el cuarto y se sentó en un silloncito que daba espaldas a la pared opuesta a la puerta. Esa pared separaba el despacho de un pequeño dormitorio donde Villarreal, Santamaría y Lami Dozo esperaban el momento de entrar en acción. Por un pasillo lateral se les acercó el jefe de la base y anunció: 
—Permiso. Está todo listo. 
Muy tensa, la Presidente estaba sentada casi al borde del asiento.
—Le comunico que las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación. Usted queda destituida —dijo el general Villarreal.
—Estoy preparada para afrontar lo que hayan resuelto hacer conmigo. 
—Tranquilícese. Nuestra presencia garantiza su seguridad. Irá al interior. 
—¿Adonde? 
—Al Messidor.
Según esta versión de los hechos recogida por SOMOS, se le preguntó a Isabel Perón a quién debía pedirse en Olivos sus cosas. Mientras Lami Dozo se ponía en contacto con la junta de comandantes, Santamaría hablaba con Olivos. Era la Hora H. A las dos y cuarto de la mañana Isabel Perón se embarcó en el T-02 rumbo a Bariloche sin que hubieran llegado aún sus cosas desde Olivos.

Roberto Fernández Taboada y Pedro Olgo Ochoa (SOMOS)

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