Hubo un tiempo en el que se hablaba bastante del individuo intelectualoide, irónicamente estereotipado hasta el hartazgo como una imitación hueca de la persona que es verdaderamente intelectual. La misma cualidad de mala imitación podemos hallarla en otros aspectos, por ejemplo, en la espiritualidad. Así como existen personas de rica espiritualidad también existen espiritualoides. En la periferia de la gente genuinamente comprometida con una búsqueda interior y de raíces, hay tierra fértil en la que florece el individuo espiritualoide.
En vez de un compromiso por alcanzar alguna luz espiritual, el espiritualoide abraza con entusiasmo la cultura light. No es casual que estas palabras guarden también estrecha relación de significados; light es ligero, de poco peso, además de luz.
Este modelo de imitación de la espiritualidad apareció (¿re-apareció?) en el siglo XX interpretando el mundo y la existencia a través de un montón de ideas tomadas de la física: todo tiene cualidad energética... energías negativas y positivas, movimientos de energías, energía masculina y femenina, hay buena y mala energía, buena onda o mala onda... Y así en más. Para el espiritualoide, el renombrar las cosas de esta manera equivale a una profunda comprensión de la vida...
Entre los espiritualoides, están los que creen que garantiza su trascendencia el hacer abluciones matinales, meditar regularmente, asistir a un templo, reunirse en congregaciones o viajar miles de kilómetros para tocar el manto de la mujer o del hombre santo del momento. Extrañamente, para estos ejemplares más esforzados, pareciera no tener ninguna importancia si la ética que aplican en sus vidas se parece a la presente en las intrigas romanas en los tiempos de Calígula.
El espiritualoide piensa y expresa que por sus meros deseos de trascender ya está por encima del resto de los mortales que no expresan los mismos deseos o no lo hacen de la misma manera. No admite alternativas de interpretación a la idea de trascender ni considera que haya alguna relación de todo esto con su comportamiento en la vida.
El espiritualoide es paradójicamente egoísta y hedonista, su espiritualidad está completamente condicionada por la autosatisfacción. Si combate el ego, es siempre el ego ajeno. Su desapego a duras penas es aparente, es evidente que depende de las comodidades de las que goza.
Por todo esto - y por suerte - no es difícil distinguirles o detectarles.
La distancia que existe entre una persona espiritual y un espiritualoide es la que puedes hallar - si el tema fuera la música - entre un concertista de piano y alguien que ni siquiera puede silbar sin desentonar.
Como contrapartida, y para que no se malentienda la intención, sólo mencionaremos algunas cosas de lo que entendemos que caracteriza a una persona verdaderamente espiritual:
- Siendo una gran persona, no es condescendiente, es humilde.
- No rechaza ni niega sus instintos, pero su humanidad tiene preponderancia; es lo que entiende por evolución de conciencia.
- Trasciende en el día a día, comprometido/a con su ética personal, demuestra que está más allá de las envidias, los celos o la competencia.
- No debilita su integridad ni la desdibuja con caprichos, traiciones o vanidades personales; su desapego es genuino.
Quizás no haya mucha gente verdaderamente espiritual, pero es seguro que cuando entramos en contacto con una persona así, a su manera nos inspira y nos motiva para ser mejores de lo que somos habitualmente.
Patricio Jorge Vargas
Patricio Jorge Vargas
pvargasgil [at]
De escuela Mentat
Enviado por Julio Muñoz
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