La culpa es del ácido ferúlico, dice un diario de Buenos Aires, explicando por qué el pan de salvado nunca fue el preferido de la gente. Al parecer esa sustancia está en el salvado, lo que anula compuestos que le dan al pan blanco su olor delicioso, mire usted.
Después la nota sigue, es larguísima y -ya se sabe- leer en internet es difícil para quienes nos acostumbramos a hacerlo en el papel. Casi todos los sitios web dan la posibilidad de agrandar la letra, cambiarla, pasarla a un fondo más blanco o cremita, pero uno, criado a mazamorra, qué quiere que le diga, prefiere los libros de antes, las revistas, los diarios y los panfletos que se tocan, se palpan y se huelen.
Dicen que esa cáscara que le dicen salvado es amarga, por eso los panaderos le agregan sal y azúcar para compensar y por eso los productos elaborados de esa manera no son tan sanos como parecería. No está mal sostener esto, lo malo es que lo escriba un tipo vcn palabras difíciles, haciéndose el gran descubridor, como si hubiera inventado la pólvora, cuando con preguntarle al panadero de la esquina habría bastado.
Qué sabrán de la vida esos especialistas que inquieren por qué los automovilistas se meten el dedo en la nariz cuando esperan que el semáforo se ponga en verde, que estudian la influencia de la velocidad del viento en el frizzé del pelo de las mujeres, que investigan las propiedades del chipaco como alimento erotizador en las relaciones amorosas.
Lo malo es que las conclusiones ya las teníamos antes de que ellos vengan a decirnos cómo averiguar de qué lado está el agujero del mate. Como que cualquier santiagueño sabe cuántos pares son tres botines. ¿O no?
Cantando pa no dormirme. En el Huaico Hondo.
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