Es la historia de una búsqueda imposible. Una aguja en un pajar. Un hombre desesperado, buscando el único legado de su padre: un anillo de oro con generaciones atrás. Y que en su desesperación busca ayuda, toda la que puede para dar con el preciado y minúsculo objeto perdido en una... playa africana.
La historia, relatada en primera persona para la BBC, arranca -claro- con la muerte del padre de Tim Butcher.
Tim, quien vive en Ciudad de Cabo, emprendió el largo viaje a Inglaterra para despedir a su padre, quien dejó casi todas sus pertenencias a su eposa. A él, le dejó un anillo con mucha historia.
El anillo de oro había pertenecido al padre de su padre. Y ahora debía llevarlo él. Era el turno de Tim de ponérselo. Así lo hizo. Y se sorprendió al sentirlo bien, cómodo en su anular.
Con aquel recuerdo de su padre, voló de regreso a Sudáfrica
“Todo anduvo bien hasta un domingo de invierno, en el que decidí salir a caminar por la playa. Como suele suceder en Cabo, había un viento feroz, volaba arena y rocío de mar. Cuando llegué a casa y encendí el fuego, miré mi mano izquierda. El anillo no estaba”, relata Tim.
Lo que sintió fue, según sus propias palabras, “un tsunami emocional: shock, horror, remordimiento, furia, impotencia...”
Miró por todos lados. Tal vez el anillo no había caído en la arena. ¿Tal vez en el auto? En la terraza cuando secó al perro. No. En toda la casa. Tampoco. Nada.
El anillo tenía que estar en la playa. En un área de 200 metros desde el auto hasta la orilla.
Apenas amaneció y hubo luz, Tim se fue a la playa a buscar el anillo. Tenía que estar allí. Tal vez enterrado bajo la arena por la acción del viento. Se contactó con dos buscadores de metales. Uno hasta le prestó su equipo de rastreo. “Quedátelo hasta que no lo necesites”, le dijo. Y Tim busó por días. Encontró un celular, una moneda de 50 centavos, chapitas de botellas... pero del anillo, nada.
Intentó contarle a su madre. Pero no se atrevió.
Con las esperanzas maltrechas, Tim decidió contactar a una tercer "detector", como les dicen, y que se ofreció a buscar el anillo sin cobrar un peso.
Un domingo, ocho días después de la pérdida, llegó Alan: el "detector".
Alan habló del viento, de la marea, de las corrientes y se puso a trabajar con un equipo tan sofisticado que encontraba una señal cada cuatro pasos: encontró (otros) anillos y todo tipo de basura metálica. Hasta que ocurrió el milagro.
En un pozo de 40 centímetros de profundidad, Alan vio algo. Y llamó a Tim: “Aca está tu anillo”, le dijo.
“Esto no podía estar pasando. Para empezar, mis ojos, llenos de lágrimas, no podían ver bien. Pero ahí estaba. El anillo de papá, el anillo que acompañó a los Butcher durante 90 años y que yo había perdido en una playa en África después de tenerlo una semana”, recuerda Tim.
“Alan sonrió, los chicos festejaron, el perro se sumó y por un momento todo fue una locura. Abracé a este extraño, grande y con barba”, cuenta Tim.
Ese extraño con barba, el “salvador”, como lo llamó Tim, se negó a cobrar un centavo. Ni un trago para festejar. O la nafta para regresar a su casa manejando. Nada. Solo quería devolver algo.
Tim volvió a su casa. Y entonces, recién entonces, llamó a su mamá.
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