Por Gonzalo Abascal
Anoche Racing y Boca acapararon la atención futbolera. Entonces nadie se preocupará de lo que ocurra en las oficinas de la AFA y a pocos les interesará recordar el escándalo del sábado en la cancha de Barracas Central, el club del Chiqui Tapia. Todo sigue pasando. Sin embargo, ese nuevo bochorno (invasión del campo de juego, aprietes y agresiones en el final del partido ante Belgrano de Córdoba) define con crudeza la realidad de nuestro fútbol, sólo disimulada por la crisis económica, social y sanitaria del país. Si hasta parece una insensibilidad preocuparse hoy por los problemas del deporte.
Pero las señales de degradación son tan profundas que urge atenderlas.
Una descripción inicial sirve para verificarlo. El presidente de Barracas Central es Matías Tapia, hijo del Chiqui, acaso motivo suficiente para dudar de la imparcialidad y la transparencia deportiva.
Pero ni de lejos lo peor. Su vicepresidente y mano derecha es Diego Turnes, ex vicepresidente de River durante la gestión de Daniel Passarella, y con un juicio oral pendiente acusado de “administración fraudulenta” e “instigación, promoción o formación de grupos destinados a cometer delitos”.
Ese grupo eran "Los Borrachos del tablón”, la barra brava de River a la que Passarella y Turnes -según la investigación del fiscal Campagnoli- entregaron 1.500 entradas por partido para la reventa durante un año y medio. También era la fuerza de choque de los dirigentes.
Hay más. Turnes está acusado de defraudar a River en una cifra millonaria con gastos fraguados en supuestos operativos de seguridad para los recitales en el Monumental.
Se fue de River en 2013 mucho más que por la puerta de atrás, acusado por la asamblea de socios y con una denuncia judicial que puede condenarlo hasta seis años de cárcel.
Ninguno de los antecedentes impidió que encontrara cobijo junto a Chiqui Tapia, en aquel tiempo presidente de Barracas Central, y a quien, según cuenta, conoce desde que juntos pateaban la pelota en las calles de Barracas.
La luz pública no lo había vuelto a iluminar hasta el sábado, cuando reapareció en los incidentes entre Barracas y Belgrano. Para los dirigentes cordobeses fue un “deja vu” de terror. Lo habían visto por última vez el día que su equipo mandó al descenso a River y el árbitro Pezzotta fue apretado por los barras en una zona liberada del Monumental.
Si ningún reglamento le impidió volver a actuar como dirigente, Chiqui Tapia tampoco mostró un riguroso límite ético que le impidiera incorporarlo a su club, al menos hasta una resolución judicial. El presidente de la AFA no parece preocupado por esas nimiedades.
Nada es mejor si se observa a la Liga Profesional, el invento urdido para quedarse con la caja de la televisión.
Liderada por Marcelo Tinelli, a su vez presidente de San Lorenzo, su doble función alienta allí cualquier sospecha, incluso en el más anodino de los sorteos del peor campeonato de primera división que se recuerde: el actual.
El cuadro se completa con un dato: San Lorenzo es el club con mayor cantidad de cheques rechazados en 2020.
Vale recordar el número: desde febrero a septiembre emitió 217 cheques rechazados por un total de $ 237.654.667. Luego “levantó” 66, y el saldo negativo se redujo a $182.087.891.
San Lorenzo no recibió ninguna sanción y el “fairplay financiero”, con el que un día nuestro fútbol quiso parecerse a las ligas europeas, quedó como un chiste viejo. En verdad, cada vez estamos más lejos.
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