A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

viernes, 15 de enero de 2021

LA DESESPERANTE NATURALIZACION DE LA INSEGURIDAD


 Por Gonzalo Abascal

El video es uno de los tantos que cada día se muestran en televisión. Una mujer estaciona su auto (en algún lugar del conurbano. La precisión es innecesaria porque puede ser cualquiera), y cuando baja es arrebatada por motochorros. La escena, repetida en noticieros, esta vez tiene algo que llama la atención, que sin advertirse en primer plano la distingue. ¿Qué es lo diferente?

La secuencia continúa. El ladrón le quita las llaves del auto y le manotea el bolso. En el leve forcejeo a él se le cae el casco. La víctima mira. El delincuente camina sin apuro hacia el auto que está a punto de robar y, antes de entrar, se agacha a buscar el casco. Cuando se aleja, la mujer gira sobre sí misma, abre la puerta de su casa y entra.

En ese movimiento final se revela una verdad atroz y a la vez ordinaria: la naturalidad con que víctima y victimario experimentan el momento. El ladrón luce tan habituado y a salvo -vaya paradoja-, que en la huída se toma el tiempo de recoger su casco. La mujer asume el robo con la resignación de lo esperable. Por eso su siguiente decisión, luego de ser despojada, es entrar a la casa como si nada hubiera pasado.

La escena sintetiza el doloroso extremo que alcanzamos: haber llegado al punto de aceptar como normal una situación que debería ser de absoluta infrecuencia. ¿Sorprende? En gran parte del conurbano ya nadie se animaría a considerar un robo como un hecho excepcional. Al contrario, se transita como una posibilidad cercana que “más tarde o más temprano puede pasar”. Ese convencimiento ganó las conciencias y es asimilado con temor latente y un desaliento compartido, pero también con la certeza de lo casi inevitable.

Según un relevamiento propio de Clarín, en 2020 hubo 156 muertos en episodios de inseguridad en la provincia de Buenos Aires (la estadística incluye a delincuentes y policías), de los cuales 124 fueron por disparos y en ocasión de robo. Del total, 45 involucraron motochorros y entraderas, 24 fueron en robos a casas y 37 en robos de autos. Apenas uno de los muertos cayó en un asalto a un banco.

Entre las víctimas hubo jubilados, albañiles, comerciantes, profesores, repartidores, panaderos y desocupados. Los números muestran y ayudan a entender que el blanco de esta violencia cotidiana son los vecinos de a pie. Los que no tienen otra alternativa, quizás, que acostumbrarse.

Si una muerte violenta debería ser suficiente, 156 (casi una cada dos días) construyen la convicción de que nadie está a salvo. ¿Cómo convivir con esa realidad? Para la mayoría, refugiándose en el desesperado consuelo del mal menor: si no pocos asaltos son acompañados de violencia extrema y asesinatos, quien sale ileso de un robo lo vive como un episodio con suerte.

Transforma la angustia en el desahogo agradecido de estar vivo. No es novedad y puede entenderse, pero también es el síntoma de una extrema anormalidad. Vaya idea de privilegio que supimos conseguir.

La naturalización de la violencia y el robo oculta una doble cara también dramática. Quien convive con la posibilidad de ser atacado puede recurrir a estrategias argumentales extremas: “entrego todo” o “agarro un fierro”.

De los más de 150 muertos el año pasado, nada menos que 22 fueron delincuentes que cayeron por balas disparadas por sus víctimas. Porque la contracara de la resignación es la rebeldía irracional y también mortal.

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