Trabajé en Angola hace varios años. Fui seleccionado por mi capacidad profesional, no por ser un puntero político. En mis ratos libres, que no eran muchos, salía a caminar por las calles de Luanda y por las playas de Mussulo y hasta por caminos remotos que no tenían nombre, como un fin de semana, cuando decidí conocer el “Museo de la Esclavitud”, el exacto lugar desde donde partieron (“partir”) los millones de desafortunados hombres y mujeres que fueron arrancados de su familia y enviados hacia América en condiciones infrahumanas, pero -claro está- previamente bautizados por la Iglesia Católica.
En todos esos lugares pude conocer la felicidad de ese pueblo cálido, libre, lleno de vida y que ama la paz. Gente que hace pocos años dio fin a dos guerras, una por su independencia y la otra por un motivo que de seguro ni entendían, fratricida, trágica y feroz. Sin embargo, hoy no hay venganzas. Hoy no hay rencores.
Y en todos esos lugares también se me acercaban chicos. Negrísimos, hermosos, regordetes, de ojos saltones y mirada pícara. Saltábamos, bailábamos, nos reíamos. Les tomaba fotos y luego se las mostraba a través del pequeño monitor de mi cámara. ¿Pueden imaginar su carita, mezcla de alegría y timidez, al verse por primera vez “capturados” por una lente? ¿Pueden imaginar mi emoción al darme cuenta de todo eso?
Y en todos esos lugares también se me acercaban chicos. Negrísimos, hermosos, regordetes, de ojos saltones y mirada pícara. Saltábamos, bailábamos, nos reíamos. Les tomaba fotos y luego se las mostraba a través del pequeño monitor de mi cámara. ¿Pueden imaginar su carita, mezcla de alegría y timidez, al verse por primera vez “capturados” por una lente? ¿Pueden imaginar mi emoción al darme cuenta de todo eso?
En síntesis: tengo decenas de fotos con nenitos de Africa. En todas ellas, lo único que hacíamos era jugar. Como amigos. Como iguales. Después de todo, ¿por qué no iba a ser así? ¿Qué podía darles yo, si al final eran ellos quienes me ofrecían su amistad y me enseñaban de su vida sencilla, pero completa?
Será por todo eso que me dolió tanto ver la foto que salió publicada en la edición digital de Clarín, la de las polémicas medias en manos de un militante político de mi país. Será porque sentí que se estaban aprovechando de esos chicos inocentes para llevar adelante una campaña de desprestigio vergonzosa, caprichosa, hostil y absurda.
Lo único que pido, en definitiva, es que por favor no los contaminemos con nuestros odios, mezcla de rencor y avaricia. No les llevemos nuestras enfermedades. Respetemos su ingenuidad. No los usemos por intereses miserables. Y si queremos regalarles algo, que no sea propaganda, mucho menos una limosna. Que sea un juguete, una pelota de fútbol (porque lo adoran tanto como nosotros) o, porqué no, un libro de cuentos y con muchos colores. Cuánto me duele mi República, más aún a la distancia. Un fuerte abrazo, ahora desde Moscú, Rusia. Trabajando por mi capacidad. Intentando hacer quedar bien a mi Patria.
Gabriel Blanco
gabyotablanco@yahoo.com
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