Publicado por mi amigo Etino Farias
¡Se acuerdan de Arturo Illia? En 1966, apretado por media docena de tanques de fabricación alemana y un general bajito que se arreglaba el pelo mirándose en la hoja de su propio sable, abandonó la Casa Rosada. No bien atraviese el umbral, pensó, habré de haber dejado de ser el presidente de los argentinos. Tres, dos , uno , cero. Podía seguir discutiendo con el general pero prefirió fumar en silencio. El presidente depuesto fumaba Chesterfield sin filtro.
La historia lo había abandonado, pero aún le quedaba por hacer lo más importante. Le ofrecieron un jeep para que se alejara con todos los honores. Pero como ya sólo era el presidente de sí mismo, levantó la manga de su traje arrugado y llamó un taxi. Buenos Aires comenzaba a entregarse a su niebla sucia y a sus ruidos cotidianos. El taxista se llamaba Almada y tenía la radio puesta en Rivadavia. La destitución era un hecho. Illia le pidió a Almada que se detuviera en Palermo, junto al lago. Illia usaba zapatos Gomycuer. Los zapatos Gomycuer estaban equipados con una revolucionaria suela de caucho que te permitía pisar los charcos sin mojarte. Illia bajó del coche, se acercó al lago y, en lugar de detenerse, continuó caminando. Así lo contó Almada. “Si me hundo” pensó Illia, que en su vida nunca había usado un short, “me ahogo. Si no me hundo sabré que he sido un gobernante justo”. Ni siquiera apuró el paso para abreviar, sino que caminó como lo hacía siempre, con la mano derecha en el bolsillo del pantalón donde guardaba los fósforos. Cuando llegó a la otra orilla los fósforos permanecían secos. El juicio a sí mismo había terminado y él ya conocía el fallo.
Almada lo vio todo. Un hombre no necesita más de diez minutos frente al espejo para saber que es inocente. ¡Qué inmenso poderío tienen los gestos! La libertad, obviamente, poco tiene que ver con la justicia. ¡Oh! ¿Aman tanto esta historia como yo la amo?
Daniel Salzano
A MODO DE PRESENTACION
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