TRIO DE ORO: PONTONI, FARRO Y MARTINO |
Por Waldemar Iglesias
Hubo un tiempo en el que el Gasómetro formaba parte de los ritos de cada domingo, como una misa arriba de un tablón y con los Santos ofreciendo su fútbol. Francisco, el Papa, lo vivió así en los días de niño y no lo olvidó nunca. San Lorenzo fue, es y será un pedazo de su vida. Lo dijo ante dos de los planteles más importantes del mundo, durante la audiencia que ofreció antes del amistoso en su honor que jugaron Italia y la Argentina, en Roma, el 14 de agosto. También en ese instante brotó el recuerdo del crack al que más admiraba. "De niños íbamos al estadio, me acuerdo en particular durante el campeonato de 1946. Iba con mis padres y siempre me impresionó el juego de Pontoni", dijo. También habló de un gol que su memoria impecable registra como si hubiera sucedido la temporada pasada. El momento, el lugar y la escena: 20 de octubre del 46, goleada 5-0 ante Racing en el templo de Avenida La Plata; centro de De la Mata, aparición de René Alejandro Pontoni, de espaldas y encimado por dos rivales. Entonces sucedió la magia sin olvido: La Chancha -como le decían al delantero- la bajó de pecho, mantuvo la pelota en su empeine, no dejó caer la pelota, amagó para un lado, se fue entre los dos defensores, pateó cruzado y hasta el arquero Héctor Ricardo cayó en el asombro. Un gol para aplaudir hasta romperse las manos, para la disfonía del día siguiente, para que el recuerdo no se averíe nunca.
Tituló el diario Clarín al día siguiente: "Pontoni hizo un gol como para pasarlo en el Colón". Los ojos del niño lo guardaron mejor que cualquier artículo de cualquier diario. El niño todavía no se llamaba Francisco. Era Jorge Mario Bergoglio y tenía nueve años. Nunca volvió a ver un gol igual. Pero el recuerdo de aquel octubre aparece regularmente cuando ese pedazo de tablón que lo acompaña en su intimidad del Vaticano invita a la añoranza. De algún modo, Pontoni está ahí, con él. Como si lo abrazara después del gol desde ese cielo que se ganó con juego y lealtades y que habita desde hace dos décadas.
Pablo Calvo es periodista y tiene un privilegio: el Papa le responde las cartas y juntos dialogan del San Lorenzo de sus corazones. La sensación la contó él mismo con la sensibilidad de su pluma: "A mi casa sólo llegan impuestos y volantes de pizzería. Hace años que dejó de escribir la señorita Adela, mi maestra de quinto y primera corresponsal desde Salsipuedes, Córdoba. Y mis amigos viajeros ya no mandan postales. Extraño la ansiedad que me despertaba ver letra manuscrita en el lomo de los sobres, porque significaba que alguien quería comunicar algo íntimo, un nacimiento, un dolor, un amor perdido, otro recuperado. De los papeles que pasan por debajo de la puerta, la última certeza que tuve fue el aumento de las expensas. Pero acaba de ocurrir algo estremecedor. Me escribió el Papa". En la carta, otra vez, Francisco hurgaba en la historia de aquel gol. La anécdota no faltará, claro, en el libro que Calvo está escribiendo: El Ciclón, la pasión terrenal de Francisco. Esa pasión tiene el impulso de un crack, Pontoni, y de un equipo, aquel campeón maravilloso de 1946, que trascendió las fronteras y fue paradigma del buen juego. En definitiva, una escuela de fútbol y su director.
A Pontoni le decían La Chancha por su tendencia a engordar. Durante su carrera, tuvo una oscilación de 20 kilos entre su peso máximo y su peso mínimo. Los que lo conocían de los tiempos de pibe también le decían Huevo. Tenía que ver con un sacrificio precoz: sin sus padres, a los que perdió en la niñez, tuvo que salir a trabajar y se dedicó a repartir huevos. Ese hombre que jugaba mejor que casi todos en los años 40, también fue el Maestro para algunos diarios españoles deslumbrados por la mítica gira que lo tuvo como protagonista relevante, junto a sus dos perfectos socios, Rinaldo Martino y Armando Farro. La historia los evocó y evoca con un justo apodo: El Trío de Oro.
Pontoni había nacido en Santa Fe en 1920 y le había ofrecido a Newell's su condición de talentoso. También sus goles, como siempre (hizo 67 entre 1941 y 1944). Luego llegó a Boedo y también deslumbró. Oscar Barnade -periodista e historiador- dice que "para conocer su dimensión hay que conocer apenas un dato". Se refiere a una cifra de la que no fueron capaces ni Maradona ni Messi: en sus 19 partidos en la Selección convirtió 19 goles. Y los puso al servicio de títulos: a mediados de los años 40 ganó tres Copas América. En San Lorenzo -además de convertirse en ídolo y figura- justificó su recorrido con números valiosos: marcó 66 tantos en 102 encuentros. Ya en los años 50 trasladó su fútbol de mago a Colombia, donde resultó tres veces campeón con el Independiente Santa Fe. El era la habilidad y el oportunismo al servicio del deleite.
Lo mejor, cuentan, sucedió en 1946. El periodista Pedro Uzquiza mucho sabía de equipos que merecían el recuerdo. Y escribió en alguna de las sillas de esta redacción sobre el campeón de aquel año imborrable: "A San Lorenzo lo bautizaron El Ciclón por su estilo arrollador. Pero en 1946, la incorporación de dos jugadores le cambió la fisonomía: perdió pujanza, ganó en belleza y se convirtió en uno de los equipos con mayor brillo del fútbol argentino. La contratación de René Pontoni, quien llegó desde Newell's con su enorme categoría de jugador fino y elegante, encontró en Armando Farro, adquirido a Banfield, la dinámica creadora para que juntos se asociaran a Rinaldo Martino, otro jugador cargado de una inteligencia superlativa, y conformaran lo que entró en la historia como El Trío de Oro". Eso era aquel equipo que encantó al mundo.
La gira del 46/47 fue -tal vez- la máxima expresión de aquel San Lorenzo que hizo de Jorge Mario un Santo para siempre. Dos semanas después de la consagración, el equipo inició un recorrido por España y por Portugal. En la península, los medios locales le dedicaban sus portadas a aquella visita que merecía todos los adjetivos: lujosa, de jerarquía, trascendente. El equipo que dirigía Pedro Omar -tricampeón como futbolista del club en los años 20- debutó el 22 de diciembre de 1946 frente a Atlético Aviación (hoy Atlético de Madrid), líder entonces del torneo español, y brindó una exhibición: ganó 4-1 y los 50.000 espectadores lo despidieron a San Lorenzo arrojando los sombreros al aire. Era el primer paso de un camino de maravillas. Y allí estaba Pontoni mostrando cómo se jugada al fútbol del mejor de los modos.
La única derrota en los diez encuentros sucedió en Navidad. La leyenda cuenta que fue luego de una larga celebración de la Nochebuena. El Real Madrid lo venció por 4-1. A partir de entonces los resultados parecían exageraciones o partidos de tenis. Enfrentó dos veces al seleccionado español y lo derrotó con exhibiciones notables. Fueron dos sets: 7-5 y 6-1. Al equipo nacional de Portugal lo venció 10-4. Al cabo fueron cinco victorias, cuatro empates, una derrota y 46 goles convertidos (Martino y Pontoni fueron los máximos anotadores; entre los dos sumaron 29). El primer día de 1947, en el viejo estadio de Las Corts, en Barcelona, el público local ofreció el mejor de los homenajes gritando una verdad: "Son els millor del mon" ("Son los mejores del mundo"). No era un equipo de potencial escaso el combinado español: contaba, por ejemplo, con dos delanteros brillantes como Isidro Lángara (tres veces consecutivas Pichichi en España y máximo anotador de 1940 en el fútbol argentino con la camiseta azulgrana) y Telmo Zarra (el máximo anotador de la historia de la Primera División de España). Esa vez, ante Pontoni, quedaron empequeñecidos.
El diario El País, de Madrid, evocó a ese San Lorenzo alguna vez, en días no tan lejanos: "Lo que sucedió a partir del 21 de diciembre hasta finales de enero de 1947 pareció irreal, inenarrable. La prensa diaria y la revistería ampliaron los espacios destinados al fútbol, multiplicandos por varios enteros. El San Lorenzo de Almagro, pese a jugar contra el frío, la nieve y las intensas lluvias de aquel invierno, causó sensación. Puso en evidencia a las dos formaciones nacionales ibéricas: 13 goles a 5 contra España, en dos partidos; 10-4 contra Portugal. En La Coruña, las entradas se vendieron como si fueran cuartos kilos de aceite a precio de tasa". Eso generaba el San Lorenzo del Papa.
Aquel equipo buscador de bellezas tenía otro rasgo que lo hacía incluso más grande: la lealtad por los colores propios. Y en eso, Pontoni era el perfecto ejemplo. Quizá la virtud más grande de aquel plantel estaba afuera del campo de juego: el sentido de pertenencia. Una anécdota de aquel tiempo -imposible en esta era de fútbol a cambio de millones- retrata la impresión: a René Pontoni lo quería el Barcelona. Habían quedado fascinados con su juego y con el de Mamucho Martino. Querían ofrecer el mejor equipo posible para poner de rodillas al Real Madrid. Entonces, el entrenador José Samitier -mitología pura del mundo culé, a quien apodaban El Mago- le ofreció un contrato a Pontoni. Pero no pudo ser. Ese hombre, el estupendo René, eligió quedarse en su club y con su gente. Pablo Calvo cuenta ahora que Francisco de Roma sigue siendo Bergoglio de Flores. De algún modo, como René en aquellos días: él quería seguir siendo el Pontoni del Gasómetro.
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