Por Julio Blanck
Todo estuvo cuidadosamente calculado. Es de presumir que incluso el oportuno beso con Juliana Awada apenas dejó el estrado de las Naciones Unidas y su exacta fotografía tomada desde bambalinas con la gran sala como fondo, distribuida al minuto por la Casa Rosada. Así como ese tierno final de pura consolidación de imagen, todo lo que hizo Mauricio Macri en su primera presentación ante la Asamblea General de la ONU recorrió una carretera de absoluta previsibilidad. Le salió perfecto: esa idea es lo que el nuevo presidente argentino pretende transmitirle al mundo que le importa. Previsible puede acercarse mucho a confiable. A esa estación terminal pretende llegar Macri.
Hay un hilo conductor nítido en la acción del Presidente que determina el sesgo de su política exterior. Este Macri de Naciones Unidas es el mismo de la cumbre de la élite política y empresarial de Davos en enero; el de la visita de Barack Obama en marzo; el que también recibió en Buenos Aires al francés François Hollande y al italiano Matteo Renzi; el que dialogó en la reciente cumbre del G 20, con el mandatario chino Xi Jinping y con el ruso Vladimir Putin. El jefe del gobierno que organizó hace una semana el Foro de Inversiones y Negocios con asistencia entusiasta de centenares de líderes empresarios globales. El que acordó con los fondos buitre, levantó el cepo y salió del default. El que aceptó recibir después de diez años a una misión del Fondo Monetario.
Ese es el Macri del discurso de quince minutos ante la Asamblea de la ONU; el de la reivindicación de la soberanía en Malvinas pero al mismo tiempo la exhortación a un diálogo amigable con Londres; el de la conversación informal pero programada y productiva con la nueva premier británica Theresa May durante el almuerzo de jefes de Estado.
Es el presidente argentino que en Naciones Unidas pide colaboración internacional para ayudar a resolver los dos atentados criminales sufridos en 1992 y 1994 en la embajada de Isarel y la AMIA; pero que se cuida de mencionar a Irán como responsable de los ataques quizás porque -en una lectura simple- este Irán de hoy está en el radar de aliados de los Estados Unidos y ya no es el régimen fundamentalista que financió y exportó terrorismo en las décadas pasadas.
El mismo Macri que recuerda que el país volvió a los mercados internacionales y pide inversiones; el que anuncia que Argentina ampliará la recepción de refugiados de Siria, como quieren el papa Francisco y también Obama. El que en una conferencia junto a Bill Clinton sostiene que en la Argentina “la gente decidió un cambio que terminó con una década de populismo”. Y que en una entrevista con el muy influyente periódico londinense Financial Times asegura que la situación de Venezuela es “un desastre” y que lo que allí practica el chavismo “no es democracia”.
Prolijo, previsible, alineado. Ese es el Macri conectado en modo internacional que funciona así desde mucho antes de ser Presidente. Y es el Presidente que está haciendo, en ese terreno, lo que se esperaba para llevar a la Argentina al lugar que él mismo le había prometido a más de la mitad del país que lo votó.
Puede gustar su política o puede ser repudiada. Puede tildársela de abierta, moderna y transformadora o de entreguista y subordinada al interés transnacional. Pueden pedírsele matices más ricos o elaboraciones más sutiles. Se trata en todo caso, a favor o en contra, de posiciones las más de las veces preconcebidas. Pre-juicios verdaderos, estampados con un sello ideológico que no necesita -y en verdad prefiere- esquivar la corroboración de los hechos, demasiadas veces incómodos para probar aquellas teorías.
Puede tener éxito o puede fracasar Macri con esa política. Pero así y todo, incluso con errores tácticos y deslices semánticos suyos o de sus funcionarios, es difícil negarle al Presidente la autenticidad y convicción con que expresa, en la escena internacional, su modo de ver el mundo y su intento de insertar al país en esa frecuencia global a menudo tan extraña y lejana.
En este terreno, como en varios otros, el Presidente no necesita sobreactuar su diferencia con la concepción y el método del sistema kirchnerista y con Cristina, que fue su expresión última y más sofisticada. Sucede que Macri, sencillamente, es diferente a Cristina.
En la campaña electoral y aún hoy, transcurridos nueve meses de gobierno, ése sigue siendo un activo político de alto valor para el Presidente. Una viga fundamental que le permite mantener en pie el edificio de la aceptación pública de su gobierno, después de un larguísimo invierno de ajuste cuya gradualidad fue casi imposible de percibir para los sectores menos favorecidos de la sociedad.
El contraste entre las mieles que recibe afuera del país y las amarguras que debe resolver fronteras adentro han sido una constante en el tiempo de gestión de Macri. Incluso la política exterior es en estas horas objeto de un debate algo desmesurado, fogoneado por un intenso y a la vez legítimo interés político de la oposición, a propósito del comunicado conjunto firmado hace una semana por la canciller Susana Malcorra y el vicecanciller británico Alan Duncan.
Ese texto, que contempla la posibilidad de establecer otra escala mensual en el continente para vuelos a las Islas Malvinas, incluyó avances sobre una eventual colaboración y complementación en materia de petróleo, pesca y turismo entre otros rubros. Allí saltó la chispa y se bordeó el incendio.
El mismo Macri, desde Nueva York, debió aclarar que se trataba de un comunicado y no de un acuerdo. Y que la soberanía de las Islas es un principio “no negociable” para la Argentina.
La canciller Malcorra -embarcada en una azarosa campaña para conquistar la secretaría general de la ONU- abundó en esa misma línea. Sostuvo que hubo una lectura equivocada del comunicado bilateral y reafirmó que nada de fondo se hará sin intervención del Congreso, que es lo que ordena la Constitución.
La embestida opositora había sido fuerte e instantánea. La ex embajadora de Cristina en Caracas y en Londres, Alicia Castro, declaró que se había vuelto al tiempo de las “relaciones carnales” con EE.UU. y sus aliados, como en los años de Carlos Menem presidente y Guido Di Tella canciller.
El presidente del bloque de diputados radicales Mario Negri, que es una luz, se adelantó a pedir la presencia de Malcorra en el Congreso para “que explique el impacto del comunicado conjunto” sobre Malvinas. La jugada apuntó a mantener en manos del oficialismo el control sobre el curso de la discusión. La canciller dijo que estaba dispuesta a concurrir en cuanto regresara al país. Allí entró en acción Elisa Carrió, pieza decisiva -muchas veces incómoda, siempre necesaria- que junto con los radicales completa la alianza con el PRO que llevó a Macri a la presidencia.
Rápida de reflejos ella también, Carrió convocó para este mediodía a la comisión de Relaciones Exteriores de Diputados, de la cual es presidenta. Lo hizo al dar curso a un flamígero pedido del kirchnerismo firmado por el vice de la comisión Guillermo Carmona, el camporista Andrés Larroque y Carlos Heller, junto a media docena de legisladores más.
De larga relación personal con Malcorra y defensora convencida del presidente Macri, Carrió sostiene que ninguna de estas simpatías suyas supera el hecho de que el Congreso deba tomar conocimiento y eventual acción en toda cuestión referida a la política exterior. Ese espíritu republicano, conjugado con una habilidad que pocos le niegan, llevaría a Carrió a orientar el debate de hoy en la comisión hacia una playa más tranquila después de que todos hayan desfogado sus entusiasmos.
La idea es preservar a Malcorra, quien hace un par de meses ya había hecho una muy larga exposición ante los integrantes de Relaciones Exteriores. A cambio, y tras un entendimiento rápido con otros diputados oficialistas, Carrió propondría que el citado a conversar y explicar sobre Malvinas sea el vicecanciller Carlos Foradori, un apreciado diplomático radical de carrera.
Macri llevó en su reducida comitiva a Nueva York al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, un político clave en el PRO y habitual encargado de apagar los incendios que -más seguido de lo que se sabe- se declaran en el Congreso. Por lo visto, aún con Monzó de viaje, el Presidente encontró allí dirigentes capaces de defender bien sus posiciones.
Lo que hicieron los aliados de Macri fue hacer política. Aunque la palabrita en cuestión no disfrute de buena prensa en el olimpo de los gurúes del macrismo.
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