La tendencia de largar todo y mandarse a encarar al destino de frente en una aventura tiene una larga tradición. Quizá algunos de ustedes recuerden primero los viajes en moto del gran revolucionario latinoamericano: En 1952 el Che Guevara junto a su fiel amigo Granados emprendieron un viaje hacia las entrañas de nuestro continente a bordo de La Poderosa II.
Otros más jóvenes quizá de entrada piensen en la ya mitológica y trágica travesía de Christopher Johnson McCandless. Esa aventura es la que terminó siendo el lacrimógeno film de Sean Penn, "Hacias las rutas salvajes". Por una mera cuestión nominal, esa parece haber sido una de las inspiraciones del proyecto: "Rutas Salvajes".
Franco Busso lleva cinco años arriba de Clarita, la combi que lo llevó desde Buenos Aires a Ushuaia, y de ahí hasta Alaska, adonde llegó hace poco menos de un mes.
El ahora nómade aventurero no siempre tuvo una vida tan bohemia. A los 24 años tenía el típico puesto burocrático de oficina de nueve horas diarias en el microcentro porteño. Su vida no lo satisfacía y ese combo venoso de bocinas, tráfico, sirenas y locura generalizada lo tenía a punto límite. Así, casi sin planeamiento previo, pateó el tablero con la obsesión de poder conocer las profundidades de nuestro país y el continente, yendo desde la punta del sur hasta la norteña.
"Lo de Alaska era más una excusa imposible", confiesa hoy desde allá mismo, entre patentes y calcomanías de los lugares más recónditos de América que visitó en el trayecto.
Hoy, con el diario del lunes en mano, es más fácil evaluar las características de la travesía; pero Busso comenta que, con bastante lógica, la reacción familiar no fue demasiado entusiasta. A la vez, su condiciones o capacidades no parecían ser las más propicias para emprender tamaño viaje.
Así, a las 10 cuadras de arrancar, efectivamente, su único y querido medio de transporte se rompió. Por suerte ese fue el momento de la epifanía y se dijo a sí mismo: "O volvés o le metés y te vas". Entonces decidió que tenía que irse costara lo que costara. Con 1500 dólares y mil pesos puso primera y dejó que todo su pasado se perdiera en el oxidado espejo retrovisor de su camioneta.
Además de todas sus falencias en los trabajos manuales, Franco tampoco es músico o artesano -cosa que le hubiera facilitado al menos un ingreso relativamente fijo mientras pasaban los kilómetros-. En el trayecto fue buscando trabajos que le dieran plata para el día a día. En construcción, en talleres de autos, limpieza en bares de mala muerte, todos trabajos que Franco sabe que jamás hubiera hecho en su ciudad natal. El objetivo era uno solo: "llenar el tanque y seguir viaje".
Esta modalidad de llegar, trabajar de 4 a 7 meses en cada locación, cobrar y seguir, le estaba ralentando mucho el viaje en cada parada. Por eso, decidió convertir a Clarita en un foodtrack: una solución trendy a un problema que le podía costar la perdida total de su ánimo viajero. El problema, otro más, era que no sabía cocinar. A esta altura Franco ya sabía que no había nada que no pudiera aprender.
Fue en Paraguay que decidió hacer esa transformación. "Quedate tranquilo, te lo hacemos para el jueves", le dijeron los talleristas a quienes les encargó el trabajo. Terminó llevándole un año. Así, una vez que terminó esa reconversión gastronómica de su automóvil empezó a vender los "lomitos salvajes": sandwiches de lomo macerado en fernet. Debutó en la plaza principal de Asunción y lo siguió haciendo por 25 mil kilómetros. Todos sabemos que el fernet, fuera de nuestro país -e incluso en Italia, su país de origen- es un bien difícil de hallar. Por eso, en Bolivia maceró con Singani, en Perú al pisco, en Colombia a la cerveza negra (ante la dificultad de hacerlo con aguardiente) y de esa forma fue avanzando en el trazado de su mapa macerando sus lomos con las bebidas locales de turno.
Las redes sociales lo ayudaron mucho: la gente se tomaba fotos tanto con él, como con la combi, como con sus sandwiches. Los hashtags lo ayudaron a propagar su "misión" y, para su sorpresa, todo funcionaba cada vez mejor. En Honduras, entre maras salvatrucha y demás pandilleros, terminó haciendo una comida solidaria para 300 chicos con el apoyo de la gente que lo recibió de brazos abiertos.
Y así siguió: El Salvador, Panamá, Cuba, México, Kansas, Colorado, Canadá y finalmente, su ansiada Alaska. Ahora, sólo resta un sueño generado es sus últimos días de aventura: cruzar el gran charco para hacer lo mismo por Europa. El tiempo, o probablemente él, lo dirán.
Eddie Fitte
Eddie Fitte
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