Por Mariano Ryan
Se sabe. Son Roberto de Vicenzo, Juan Manuel Fangio, Emanuel Ginóbili, Diego Maradona, Carlos Monzón y Guillermo Vilas. Ellos están en el Olimpo del deporte argentino. Son los más grandes de todos los tiempos. Y, por ahora, no hay lugar para otros por más que Lionel Messi también aspire a tener su lugar en ese podio.
Los motivos para justificar la presencia de esos seis son enormes. Y muchos. De Vicenzo ganó 231 campeonatos y aún más se lo recuerda por aquel gesto de caballerosidad que le impidió ganar el Masters de Augusta; Fangio logró cinco títulos de Fórmula 1 y está segundo en ese rubro en la máxima categoría del automovilismo internacional; Ginóbili, más allá de los récords y los títulos, casi con 40 años sigue haciendo historia en la NBA y es un símbolo de la máxima expresión colectiva en la historia del deporte argentino; Maradona es el mayor exponente de la máxima pasión deportiva argentina y en México 1986 llevó al seleccionado argentino a su segundo título mundial; Monzón fue el rey de los medianos entre 1970 y 1977 y defendió su título mundial nada menos que en 14 peleas, lo que se constituyó en un récord durante mucho tiempo; y Vilas...
Guillermo Vilas fue el más grande entre todos esos grandes. Porque más allá de sus 62 títulos que incluyen cuatro Grand Slams, de haber sido el mejor del mundo en ese 1977 soñado en el que fue finalista en Australia y ganó Roland Garros y Forest Hills además de lograr nada menos que 134 triunfos en los 148 partidos que disputó, Vilas “inventó” un deporte en Argentina. Eso lo hace único.
Pocos jugaban al tenis en nuestro país hasta que en 1974 sus hazañas empezaron a llegar a los oídos de sus compatriotas. Y el tenis explotó. No hay estadísticas oficiales de la época pre-Vilas aunque se habla de unos 70 mil jugadores aficionados; y también se cuenta que en 1977, el año del boom, ese número se multiplicó casi por 30 veces para lograr el Forest de 2 millones de jugadores. Ya desde hace diez años, gracias a estudios de repercusión en medios y análisis de marketing, la Asociación Argentina de Tenis asegura que entre 1.300.000 y 1.700.000 personas juegan al tenis en nuestro país en la actualidad.
Este Vilas que hizo enorme un deporte pequeño por aquellos tiempos hoy vive en Montecarlo junto a su mujer Phiangphathu Khumueang y sus cuatro hijos (Andanin, Intila, Lalindao y Guillermo, que lo hizo padre a los 64 años) y mañana llegará a Roland Garros donde seguramente se sentará en su palco de la Philippe Chatrier. Y cuando las cámaras de la TV lo enfoquen recibirá una merecida ovación. Este Vilas hoy festejará a su manera los 40 años de su primer gran título en Bois de Boulogne.
“Yo no puedo ser un jugador de tenis sino gano en la superficie donde empecé”, se había prometido un día. “Quería ganar el torneo y decidí aislarme absolutamente de todo para conseguirlo. No iba a parar hasta que no pasara”, agregó.
Hoy se cumplen 40 años de aquel 5 de junio de 1977 en el que Vilas entró a la inmortalidad deportiva. Hacía rato había “inventado” el tenis.
Un camino al título sin sobresaltos y una final con récord
Guillermo Vilas venía de perder en la segunda ronda de Roma y esa derrota sorpresiva para quien a esa altura de 1977 ya había ganado tres de sus 16 títulos de aquella temporada, le permitió llegar a París con el tiempo necesario para preparar hasta el último detalle el asalto a Roland Garros.
Junto a Ion Tiriac eligieron el lugar para entrenarse: La Faisanderie. Allí, donde mucho antes de aquel 1977 se cazaban faisanes y hoy es una de las tantas sedes que tiene Stade Francais, el club más importante de París, el marplatense se preparó a conciencia desde el mismo día de su arribo a la capital francesa. “No venía con mucha confianza pero un día le metí tres globos con top a Ion en una práctica y me empecé a relajar”, contó Vilas.
Lo demás es historia conocida. Triunfos ante el yugoslavo Zeljko Franulovic -su verdugo de Roma- (6-1, 6-2 y 6-4), al chileno Belus Prajoux -el único que le sacó un set- (2-6, 6-0, 6-3 y 6-0), al sudafricano Bernard Mitton (6-1, 6-4 y 6-2), al estadounidense Stan Smith (6-1, 6-2 y 6-1), al polaco Wojtek Fibak (6-4, 6-0 y 6-4) y al mexicano Raúl Ramírez (6-2, 6-0 y 6-3) en las semifinales. Faltaba solamente un paso que lo separaba de la gloria. Faltaba apenas el estadounidense Brian Gottfried, quien le había ganado ese año las finales de Baltimore y Palm Springs, aunque Vilas lo había superado en la Copa Davis apenas un puñado de semanas antes.
Aquella final todavía tiene el récord de menor cantidad de games jugados: sólo fueron 21. Y el gran “culpable” fue el propio Vilas, con esa contundencia abismal reflejada en aquel 6-0, 6-3 y 6-0.“Dos horas antes de la final sabía la táctica que iba a utilizar: correr, correr y correr. Jugué totalmente perfecto aquel día porque sabía cómo molestarlo”, confesó quien definió el título luego de que una volea de revés de Gottfried se fuera incluso más allá de la “calle” de dobles. “Me fui a dormir pensando en que al otro día tenía que irme al otro torneo y sin haberme dado cuenta de lo que había logrado. Pero a la noche me desperté y me cayó la ficha...” Guillermo Vilas era el campeón de Roland Garros. Había hecho realidad su sueño. La leyenda había empezado.
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