Acaba de empezar la feria judicial pero el expediente del caso Ciccone no duerme en algún rincón de Tribunales. El fiscal antilavado, Raúl Pleé, una de las nuevas autoridades a cargo de la investigación, lo pidió para analizarlo durante los próximos días. En las últimas semanas se sumó información patrimonial de Amado Boudou, como el contenido de varias de sus cuentas bancarias. Esos movimientos, y otros más, como la imputación de los padres y un hermano del vicepresidente, inquietan a la Casa Rosada.
La más altas autoridades del Gobierno evalúan el impacto político que tendrá el avance de la causa. El escenario que más los alarma es la posibilidad, firme, de que el vice sea llamado a prestar declaración indagatoria , contaron fuentes al tanto de esta cuestión.
Quien lidera la estrategia gubernamental sobre el caso es el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. En el inicio de la causa, la presidenta Cristina Kirchner dejó trascender que mantendría una defensa acérrima de su vice : “Si se cae él van a venir por mí”. A medida que avanzó la investigación judicial la relación entre la mandataria y Boudouse resintió . El punto de quiebre, dijeron en el Gobierno, fue cuando se comprobó que uno de los hermanos del vice, Juan Bautista Boudou, había viajado por el mundo con pasajes y gastos pagos por The Old Fund, la sociedad que controla la ex Ciccone Calcográfica. Lo mismo había hecho el socio y mejor amigo de Boudou, el millonario José María Núñez Carmona.
LO QUE OPINA JULIO BLANCK
Los memoriosos quizá recuerden a Amado Boudou.
Podría decirse, a modo orientativo, que es alguien cuya imagen se cayó a pedazos. La semana anterior una encuesta de M&F mostró que menos de un tercio de los que votaron a Cristina -algo así como el 15% del total de encuestados- conserva una buena opinión sobre él. De lo que opinó el resto mejor ni hablar. De su futuro político, menos todavía.
Para los menos avisados digamos que Boudou es un tipo simpático, algo frívolo, educado en el liberalismo más rancio, que luce inteligente y conectado con el mundo, lleva la sonrisa fácil y es hábil para establecer cercanía en las relaciones personales. Pasados los años iniciales de jolgorio en la vida, y los que siguieron después de los iniciales también, con un doctorado en economía bajo el brazo y un enorme afán de progreso personal, descubrió que tenía un filón por explotar en la política.
Un amigo lo puso a manejar las finanzas del Municipio de la Costa: duró un tiempo y se fue dejando números que no cerraban del todo, por ejemplo porque aparecían pagos a proveedores inexistentes. Otro amigo lo llevó a trabajar a la ANSeS: desde allí hizo carrera escalando en un sistema de poder que había eyectado a algunos de sus funcionarios más sólidos y que ofrecía posibilidades a quienes, además de audacia, tuvieran algo de brillo personal.
De la ANSeS a ministro de Economía, y de ahí a vicepresidente, mediaron un par de pasos, algunas desgracias que le resultaron propicias, algunas soledades de las que supo extraer provecho y la voluntad de quien quedó al mando de demostrar que allá arriba iba a hacer exactamente lo que le daba la gana.
A lo mejor Boudou supuso que ese triunfo también le pertenecía, que algo había aportado: su sonrisa canchera, su guitarra afinada, su saberse de memoria, sin repetir y sin soplar, el libreto completo del relato dominante. Pero no le reconocieron propiedad sobre ninguna porción de la gloria. Y lo eclipsaron de un saque.
Su desgracia actual tiene que ver, sobre todo, con las andanzas de una banda de amigotes quienes, al calor de su relumbrón fugaz, creyeron –¿también lo creyó Boudou?– que se podían llevar el mundo por delante sin que nadie les pidiera cuentas. Desembarcaron como patrulla que entra pateando puertas. Y en la bacanal de testaferros, aprietes comerciales y contratos millonarios con el Estado, se quedaron con Ciccone Calcográfica, una operación grosera en la que dejaron todos los dedos marcados. Ahora la Justicia puede terminar registrando las huellas digitales de varios de ellos.
Podría decirse, a modo orientativo, que es alguien cuya imagen se cayó a pedazos. La semana anterior una encuesta de M&F mostró que menos de un tercio de los que votaron a Cristina -algo así como el 15% del total de encuestados- conserva una buena opinión sobre él. De lo que opinó el resto mejor ni hablar. De su futuro político, menos todavía.
Para los menos avisados digamos que Boudou es un tipo simpático, algo frívolo, educado en el liberalismo más rancio, que luce inteligente y conectado con el mundo, lleva la sonrisa fácil y es hábil para establecer cercanía en las relaciones personales. Pasados los años iniciales de jolgorio en la vida, y los que siguieron después de los iniciales también, con un doctorado en economía bajo el brazo y un enorme afán de progreso personal, descubrió que tenía un filón por explotar en la política.
Un amigo lo puso a manejar las finanzas del Municipio de la Costa: duró un tiempo y se fue dejando números que no cerraban del todo, por ejemplo porque aparecían pagos a proveedores inexistentes. Otro amigo lo llevó a trabajar a la ANSeS: desde allí hizo carrera escalando en un sistema de poder que había eyectado a algunos de sus funcionarios más sólidos y que ofrecía posibilidades a quienes, además de audacia, tuvieran algo de brillo personal.
De la ANSeS a ministro de Economía, y de ahí a vicepresidente, mediaron un par de pasos, algunas desgracias que le resultaron propicias, algunas soledades de las que supo extraer provecho y la voluntad de quien quedó al mando de demostrar que allá arriba iba a hacer exactamente lo que le daba la gana.
A lo mejor Boudou supuso que ese triunfo también le pertenecía, que algo había aportado: su sonrisa canchera, su guitarra afinada, su saberse de memoria, sin repetir y sin soplar, el libreto completo del relato dominante. Pero no le reconocieron propiedad sobre ninguna porción de la gloria. Y lo eclipsaron de un saque.
Su desgracia actual tiene que ver, sobre todo, con las andanzas de una banda de amigotes quienes, al calor de su relumbrón fugaz, creyeron –¿también lo creyó Boudou?– que se podían llevar el mundo por delante sin que nadie les pidiera cuentas. Desembarcaron como patrulla que entra pateando puertas. Y en la bacanal de testaferros, aprietes comerciales y contratos millonarios con el Estado, se quedaron con Ciccone Calcográfica, una operación grosera en la que dejaron todos los dedos marcados. Ahora la Justicia puede terminar registrando las huellas digitales de varios de ellos.
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