Corrían los años 60’ y en el espectro deportivo santiagueño se sumó a las cotidianas jornadas del futbol, basquetbol y boxeo el automovilismo, promovido por un entusiasta grupo de mecánicos y hábiles conductores lanzados a mostrar su pasión fierrera en aquellos convites públicos que se convirtieron en románticas e inolvidables competencias de la categoría Ford T
Y en este repaso de aquel histórico momento, vienen algunos nombres que convocaron multitudes sea en los circuitos del Parque Aguirre o en el callejero de la ciudad de La Banda; o las pruebas de “carretera” que unían en ida y vuelta Santiago- Frias o Santiago- Añatuya surcando caminos entonces agrestes y virtualmente inhóspitos que hacian de la prueba un verdadero desafío rallistico.
Asi aparecían el imbatible Francisco Ruaro de Frías, los hermanos Manuel y Julio Gómez, el “Negro” Catán, Angel “Poroto” Alfredo, Faustino Marozzi, Cándido “Chacho” Romero, Alfredo Pérez, el “Gauchito” Abdala de Vilmer, Bonifacio Medina y José Ferro para citar a los mas emblematicos.
Todos verdaderos artesanos, que con los discretos recursos disponibles con que contaban fueron convirtiendo a aquellas maquinitas rescatadas de algún desguace de una finca de campo, en originales mono o biplazas para presentarlos dignamente en una línea de largada, y hasta con diseño propio en las estructuras de sus carrocerías.
Fueron varios años los de la vigencia del Ford T en las competencias, lo que aparejó que el Automóvil Club La Banda naciera como institución destinada precisamente a organizarlas con un calendario anual.
Y la actividad paralelamente alcanzó sus repercusiones naturales. Muchos de aquellos competidores ganaron las preferencias públicas y referenciales, sea del pueblo del interior de donde provenian o de la barriada que seguia entusiastamente el pulso de los preparativos para una carrera.
Y asi aparecieron los de “punta” y los mas rezagados. En las posiciones de privilegio estaba primero el “Gringo” Francisco Ruaro de Frías, cuyo auto, característico por el águila pintada en el frente de su capot, era el mas veloz, sumado ello a su habilidad conductiva. Lo hacía preparar en Córdoba para ganar las carreras en los primeros tiempos con pasmosa facilidad, retornar a su casa y dejarlo en un rincón del taller sin tocarle una pieza hasta el próximo compromiso.
Sus victorias se convirtieron entonces en una obsesión no solo para los rivales sino en una suerte de visible fastidio para los hinchas adversarios. Y ello redundó en que muchos corredores se esmeraran en mejorar paulatinamente el rendimiento de los motores para proporcionarles mayor velocidad. Los hubo algunos que sobrepasaron comodamente los 100 kmts por hora.
Esos desvelos, al propio tiempo, comenzaron a darle a algunos talleres un condimento especial en lo social y recreativo. La expectativa por los resultados de la próxima prueba, era motivo de curiosidad y magnificaba la entusiasta presencia de los seguidores del piloto de preferencia durante la preparación del auto o en los ensayos que se hacian en plena calle y a cualquier hora del dia. Ello a la vez generaba reuniones amenas donde la amistad y la colaboración afloraba a favor del ídolo compartida entre asado, pizza, empanadas, guitarra y vino…
Los progresos alcanzados en consecuencia, comenzaron por desmistificar la imbatibilidad de aquel gran piloto llamado Ruaro, porque ya le estaban peleandole la punta, Manuel Gómez, Faustino Marozzi, Bonifacio Medina y Angel Alfredo quien un domingo de invierno en el Parque Aguirre se dio el gusto y batacazo de quitarle al “Gringo” de Frias el pedestal que lo tenia aferrado como el mejor de la categoría. Un triunfo de gran celebración de la multitudinaria concurrencia.
A mediados de la década del 60’ el furor del Ford T competitivo se fue apagando lentamente. Sus sostenedores apreciaron que la mecánica artesanal habia cumplido un ciclo con el advenimiento de otras tecnologías mas modernas en la materia. Las competencias terminaron por desaparecer, pero se ocuparon de hacer historia al dejar pasajes y nombres memorables como el del tesonero Julio Gómez con el auto mas modesto y mas lento, pero que con estoicismo y verguenza deportiva lo ponia en el circuito para llegar ultimo siempre, pero con dignidad… O las locuras de José Ferro de tomar las curvas haciendo trompos para deleite de los espectadores…
Tiempos romanticos del automovilismo y nombres hoy olvidados que sumaron su particular aporte en pro del apasionante deporte de los fierros.-
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