Eduardo Van Der Kooy
Daniel Scioli teme que el gobierno de Cristina Fernández no termine bien.
Rey de los eufemismos, el gobernador de Buenos Aires transmitió esa impresión cuando habló la semana pasada en el Consejo de las Américas.
“Este Gobierno debe terminar lo mejor posible”, arengó. Una implícita admisión de que, a juicio suyo, las cosas públicas no estarían marchando con rumbo correcto. Aquel temor de Scioli tampoco constituye una novedad. Fue el argumento con que justificó delante de Sergio Massa, el viernes 21 de junio, su retiro de las negociaciones para conformar un frente común de cara a las primarias y las legislativas de octubre.
“Si rompo se viene el quilombo”, confesó al intendente de Tigre, antes de la despedida.
Por mucho menos que eso, en sus épocas de auge, el cristinismo hubiera desatado una embestida contra el mandatario. Pero el Gobierno está golpeado, débil y desnortado todavía por la paliza que sufrió en las urnas. Señales de esa debilidad abundan: el papel principal que le han terminado adjudicando a Scioli en la campaña; el apego a sus consejos y a su figura del candidato K, Martín Insaurralde; la reivindicación pública de dirigentes oficiales que lo detestan. El vicegobernador Gabriel Mariotto, los diputados Carlos Kunkel y Diana Conti o el titular de la AFSCA, Martín Sabbatella, entre varios.
Scioli quedó impresionado por la reacción de Cristina después de la derrota. Esa reacción era previsible si se hubiera calibrado con justeza la necedad y el temperamento presidencial. Tal vez, en cambio, puede seguir saturando al asombro el empeño del Gobierno para amontonarproblemas de gestión, incluso donde no debiera haberlos. Hay cuestiones que ni siquiera podrían ser abordadas bajo la lupa del error. Responderían, simplemente, a la falta de noción o seriedad del elenco que gobierna. En el mismo foro en que habló Scioli, el intendente Massa pareció hacer un diagnóstico bastante preciso de la realidad: “La Argentina está estancada por la impericia de los funcionarios”, describió.
Trece reclusos peligrosos se fugaron el martes de la cárcel de máxima seguridad de Ezeiza. Víctor Hortel, el secretario del Servicio Penitenciario Federal que debió renunciar, explicó que dicha fuga habría obedecido a un complot en su contra. Dispuso una purga en el organismo antes de alejarse y mostró un túnel en una celda por donde habrían huido los presos.
Existen indicios de que habrían salido caminando por la puerta principal o el alambrado perimetral, donde las cámaras de vigilancia estaban fuera de funcionamiento.
Hortel había anticipado pruebas de su incompetencia con la teoría de la resocialización de los reclusos, convertidas en salidas transitorias de parranda y asistencia a actos K. Julio Alak lo despidió resaltando su impecable desempeño.
Una tomadura de pelo.
El ministro de Justicia es uno de los tantos hombres inexplicables del poder. Quizá se vio obligado a sobreactuar el adiós a Hortel para compensar el malestar que provocó en La Cámpora la designación de su reemplazante, Alejandro Marambio. Aquel ministerio responde a la conducción política del secretario camporista Julián Alvarez, aunque Alak desempeñe el cargo máximo formal. Marambio, especialista en temas carcelarios, había estado en el cargo hasta el 2011. Debió dejarlo por las críticas de las organizaciones de derechos humanos, en especial el CELS. Esas entidades guardaron ahora silencio, con excepción del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Alak lo calificó como el representante del pensamiento conservador de derecha. No hay rastro en la larga trayectoria del ministro que no lo vincule siempre con la más rancia burocracia del peronismo bonaerense.
La Cámpora fue protagonista estelar, también, de otro pleito en el que permanece enredada la Presidenta. Por decisión de Aerolíneas Argentinas –del Gobierno– la empresa aérea chilena LAN debería dejar Aeroparque y trasladarse a Ezeiza. Un cambio que haría casi inoperables sus vuelos de cabotaje. LAN se había instalado en la Argentina en 2005 por pedido de Néstor Kirchner para compensar las deficiencias del servicio de Aerolíneas Argentinas. El conflicto reconocería dos planos. Uno técnico-operativo: ¿sería necesario, de verdad, ese traslado?
¿Por qué no atender, antes que eso, la disfuncionalidad de las dos grandes estaciones aéreas?
¿No sería una excusa, acaso, para facilitar a Aerolíneas el monopolio de las rutas interiores?
La otra cuestión reside en la política. ¿Era imprescindible tomar la decisión con tanta drasticidad?
¿Era conveniente tensar también con Chile –ya existe con Brasil y Uruguay– el vínculo bilateral?
Héctor Timerman terminó orillando el problema en una cumbre vacua en Santiago con su par chileno. Pero Sebastián Piñera, el presidente, padeció con antelación. Primero, cuando Cristina esquivó un diálogo directo con él durante la asunción de Horacio Cartes como nuevo jefe de Estado en Paraguay. También cuando le hizo saber su preocupación al embajador argentino en Chile, Ginés González García. El ex ministro de Salud de Kirchner llamó, a propósito, al titular de Aerolíneas Argentinas.
“¿Ahora sos lobbysta de LAN?”, lo destrató Mariano Recalde. Allí concluyó la conversación.
Ese conflicto con LAN estalló casi en el mismo instante en que Cristina iniciaba su ronda de diálogo con sindicalistas, banqueros y empresarios afines, similar a otras que tras la derrota del 2009 y durante la campaña reeleccionista quedaron en la nada. La simultaneidad no fue todo: la Presidenta también reclamó a los hombres de negocios confianza para invertir en el país. ¿Cómo encajaría, razonablemente, una cosa con la otra? No hay razonabilidad. Una empresa extranjera de primer nivel resolvió, luego de arduas gestiones en su casa matriz, aumentar la inversión en la Argentina para este año. Esa inversión estaría ligada, sobre todo, a insumos de importación. Pues bien: Guillermo Moreno, el supersecretario, no la autoriza.
Los inversores no entienden nada de nada.
Los desfases de Cristina parecieran, a esta altura, moneda corriente. Después de la decepción electoral, se quejó porque supuestamente no había sido difundido el triunfo cristinista en la Antártida. Se trataron de 46 votos de un escrutinio que quedó incompleto. La semana pasada habló de nuevo sobre las bondades del modelo económico y exhibió sus ventajas respecto de Australia y Canadá. Cualquier refutación sería estéril: simplemente no existe ninguna equivalencia que permita la comparación con naciones que ocupan otros estándares mundiales de desarrollo político, económico y educativo. Es cierto que nadie se anima a decirle a la Presidenta que habría ciertas cosas que, al menos por pudor y salud, le convendría soslayar. Pero ese virus parece propagarse en el poder. Débora Giorgi, la ministra de Industria, exaltó los presuntos bajos niveles de desempleo en nuestro país comparados con los de Europa y Estados Unidos. Omitió una aclaración: el mecanismo que se utiliza en esas naciones para cuantificar a la gente que carece de trabajo. Vale un solo caso, el de España, con una de las tasas europeas más elevadas. En el total de desempleados se incluyen a los trabajadores informales y a los que reciben un seguro social del Estado. Similares a los planes Trabajar. Recurriendo a los indicadores del INDEC se podría armar este cuadro: el trabajo informal es en la Argentina del 35%; los planes trabajar alcanzan al 12% de la población; la desocupación neta oficial es del 7%. Podría hablarse aquí, según aquella fórmula española, de un 54% de personas con dificultades laborales.
Corre escalofrío.
Scioli e Insaurralde descreen que esa argumentación de ensueño resulte adecuada para la campaña que apunta, por lo menos, aestrechar en octubre la amplia derrota sufrida en las primarias. Tampoco están convencidos de la utilidad de otros ardides: esconder a Moreno (está desaparecido desde el domingo 11), a Amado Boudou y a varios ultra K si, por otra parte, La Cámpora asoma en cada desaguisado de gestión.
Todos son poseedores de la peor imagen popular. Por esa razón, Massa les dispara con frecuencia.
Boudou hará los viajes oficiales al exterior –ahora está en China– que sean posibles hasta las legislativas. Pero, tal vez, ni de esa manera logre salir de la línea de fuego.
El escándalo Ciccone lo continúa amenazando.
Se supo la semana pasada que el juez de la causa, Ariel Lijo, había recogido los videos en un hotel para verificar si existió una reunión entre el vicepresidente y el misterioso Alejandro Vandenbroele. Sería la prueba clave que resta para abrochar definitivamente a Boudou con el ilícito.
Lijo poseería esas filmaciones desde hace tiempo. Fuentes judiciales afirman que en ellas estaría registrada aquella cita de Boudou con Vandenbroele. ¿Por qué habría dejado trascender recién ahora el operativo judicial en el hotel? El magistrado detectó cierta voluntad de la Sala I de la Cámara Federal para declarar la nulidad de algunas de las pruebas que posee en el caso Ciccone. La divulgación sobre la tenencia de los videos puso freno, quizás, a tal maniobra.
El Gobierno viene encadenando desde la derrota sólo errores. También,ciertas provocaciones innecesarias ante un humor social que, como se advirtió en las primarias, no resulta el mejor. ¿Podrán cambiar algunas cosas de ese modo? ¿Carece el cristinismo de otras ideas y reservas políticas para enfrentar la adversidad? El mayor peligro para Cristina –para Scioli también– es que octubre aparece demasiado lejos. Y que el futuro podría resultar aún peor.
Copyright Clarín 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario